El próximo miércoles se celebrará, al fin, la tan publicitada entrevista entre Artur Mas y el presidente Rajoy. Aquél pretendía, como se sabe, un encuentro ´discreto´, pero el presidente del Gobierno ha exigido total publicidad para evitar equívocos y malas interpretaciones. Aunque no hay agenda previa, es notorio que Artur Mas pretende lograr de Rajoy autorización para celebrar alguna clase de consulta, al amparo de la ley catalana que se está ultimando en el parlamento autonómico, en tanto el jefe del Ejecutivo no está dispuesto a hablar siquiera de esa posibilidad, que contraviene la Constitución, pero tampoco lleva en cartera propuesta alguna de las que han dado en llamarse de tercera vía. Es más, el PP no ha hecho aún el menor gesto de aceptación de la hipotética reforma constitucional que sugiere el PSOE y que mañana, lunes, le propondrá otra vez el nuevo secretario general socialista, Pedro Sánchez, al presidente del Gobierno.

Con estas perspectivas „nulo margen para establecer una cierta complicidad discreta y temarios antagónicos de ambos interlocutores„, los presagios sobre el desenlace del encuentro no pueden ser peores. A menos, claro está, que ambos políticos establezcan como premisa previa que el contencioso no puede derivar en ruptura y que, por lo tanto, el diálogo no es una tentativa que puede funcionar o no sino el único medio imaginable para resolver la confrontación, de forma que habrá de dilatarse hasta que ofrezca un resultado.

Dicho en otros términos, la reunión sería fructífera si los dos dirigentes llegaran por lo menos a una conclusión diagnóstica tal como ésta: el problema de desencaje de Cataluña en España, con la consiguiente desafección social masiva, se debe a un cúmulo complejo de causas que podrían resumirse en cierta obsolescencia del marco ideado en 1978, de modo que la solución pasa por una recomposición creativa de aquel marco, que puede requerir la modernización de la ley fundamental, de forma que queden sustantivamente colmadas las aspiraciones catalanas en un contexto multilateral asimismo satisfecho con la solución que se obtenga.

Si se coincidiera en este diagnóstico, el encuentro Mas-Rajoy debería ser el primer acto de un proceso negociador en el que tendrían que participar, además del Gobierno y la Generalitat, representantes de los principales partidos y un conjunto consensuado de expertos y agentes sociales.

Si se lograra dar a este proceso la suficiente credibilidad, el conflicto catalán quedaría sustancialmente desactivado, pero para reparar el tejido rasgado de la relación será precisa una labor intensa y consciente de aproximación y reconstrucción histórica. Como se ha escrito recientemente en varios medios, la sutura de esta crisis requiere un acercamiento sentimental entre los actores en tensión por la sencilla razón de que la pulsión nacionalista no es estrictamente racional sino instintiva, primaria, y de lo que se trata es de restaurar los afectos quebrados más que de fiar el futuro a las leyes nuevas.

Sea como sea, ya que se ha enfatizado tanto la reunión en puertas, es claro que sus protagonistas no pueden barajar la opción de la ruptura, que, aunque seguiría siendo remediable „todo lo es en política„, introduciría nuevas dosis de vehemencia en las posiciones, de forma que los futuros acontecimientos „la diada del 11S, la propia fecha del hipotético referéndum del 9 de noviembre„ estarían envueltos en una peligrosa frustración. Lo razonable es, pues, que Mas y Rajoy empiecen a balbucir los elementos de una tercera vía, aunque sea implícitamente, de forma que la idea de ruptura traumática salga cuanto antes del consciente y hasta subconsciente colectivo.