A los cien años del inicio de la I Guerra Mundial, un conocido axioma nos recuerda que la disolución de los imperios acaba con los tradicionales equilibrios de poder: el imperio austro-húngaro y los turcos, la Rusia de los zares y la Rusia de los sóviets. No es necesario apelar a la literatura o a la historiografía para constatar el papel del nacionalismo en estos dos últimos siglos: el nacionalismo destruye Estados y genera nuevas identidades; enfrenta, cohesiona y divide; diluye antiguas narrativas „así como acendradas lealtades„ y recupera el valor metafísico de la política. Por supuesto, cabe sostener „como ha declarado recientemente Eduardo Madina„ que hemos entrado en una época postnacional de lealtades múltiples e identidades complejas, pero nada parece más alejado de la evidencia. El gasto militar se dispara en el Pacífico, sacudido por un cóctel explosivo de crecimiento, ambición nacionalista y disputas territoriales. En el Oriente Próximo Israel invade Gaza, mientras que en Iraq los rebeldes islamistas de ISIS perpetran un genocidio contra los cristianos bajo el signo de nun: nun, la N en alfabeto árabe, letra que ahora emplean los terroristas para identificar los hogares de los llamados "nazarenos" o cristianos. Sin embargo, Occidente asiste impasible al horror que se vive en Mosul y que ha supuesto la diáspora, la humillación y la muerte para miles de cristianos. El Apocalipsis comparte su rostro con el fanatismo que impugna el derecho a la diferencia.

Señalemos lo obvio: en Occidente, los gobiernos callan por temor o por cinismo. La opción de Chamberlain consiste en dejar que la cobardía dicte la actuación de los gobiernos, aunque sea bajo el vaporoso manto de una paz sin honra. O lo que es lo mismo: ocultarse de la Historia y renegar de sus exigencias, como hizo el profeta Jonás cuando no quiso ir a predicar a los ninivitas y prefirió huir hacia la tartesia Gadir, en cuya singladura le esperaba el vientre de la ballena. Los mitos ilustran la condición humana con insobornable exactitud, ya que apelan a los universales. Occidente, ensimismado, se agazapa detrás de sus murallas y coquetea con la frivolidad irresponsable, ya sea ante los problemas internos „el crash demográfico, el endeudamiento masivo, la falta de crecimiento y de empleo„ o ante los del exterior „Iraq y Siria, Gaza e Israel, Asia y ahora Rusia„. La catarata de acontecimientos que se han vivido en Ucrania, desde que se inició el Maidán demuestra la dificultad de preservar la paz sin la tutela militar de un imperio. Para el Kremlin, Ucrania es algo más que el origen de una particular mitología patriótica, ya que constituye sobre todo una frontera natural, el cinturón de seguridad que permite mantener a distancia la eventual amenaza de Occidente.

En el inconsciente colectivo permanecen los millones de muertos de las dos guerras mundiales, junto a la percepción paranoica de un imperio que declina y pierde ámbitos de influencia. La Rusia ninguneada por los EE UU que ahora busca aliados en China y que amenaza de nuevo con extender su poder hacia Europa. El brutal atentado contra el avión de Malaysia Airlines „a falta de un veredicto definitivo„ tiene algo que ver con la paz sin honra, con la disolución de los imperios y con la falta de un poder que asegure la estabilidad. Es aquí donde se echa en falta la Pax Americana, aunque el nuevo orden „cuando llegue„ será, sin duda, multilateral.

No deja de ser paradójico que, hace apenas unos meses, Barak Obama anunciara un fuerte recorte en el gasto militar de su país. ¿Timing equivocado o servidumbres presupuestarias? Quizás ambas cosas. Con la reducción de la OTAN en Europa y el retorno de los nacionalismos agresivos, la incertidumbre vuelve a ser protagonista. Si la cobardía resulta mala consejera en cualquier circunstancia „y la política no es una excepción„, cabe argumentar que uno de los problemas cuando se intentan identificar las macrotendencias es que muchas de ellas actúan al unísono, con perfiles antagónicos o contrapuestos, sin que sea fácil adivinar cuál acabará dominando. La política exige inteligencia, realismo e intuición. Pero el futuro constituye una incógnita que no siempre se resuelve con elegancia.