A principios de siglo XX, el escritor James Joyce y una joven irlandesa llamada Norah y apellidada Barnacle comenzaron a cruzarse una correspondencia amorosa, prolongación de sus encuentros en Dublín. En ella, como en toda correspondencia, hay de todo, pero sobre ese todo predomina un potente contenido sexual, reflejo no sólo del carácter de ambos sino de la atracción animal que sentían el uno por el otro. Si digo animal, digo instintiva. Ni uno, ni otra eran, en principio, seres amorales. Ambos habían recibido una educación católica „ya saben, Irlanda„, él en los jesuitas, ella en un colegio de monjas. Y la represión sexual de esa educación „además de su propia naturaleza„ los había puesto en un disparadero de la libido con imaginativos rasgos infantiles, deseos muy poderosos y capacidad para expresarlos muy descriptivamente. De hecho esa correspondencia se ha publicado en más de una ocasión en colecciones de literatura erótica y pornográfica.

Norah y Joyce acabaron casándose y permanecieron casados hasta el fin de sus días. Él escribió todo lo que tenía que escribir y junto a Kafka renovó la narrativa occidental en el siglo XX. Ella fue una mujer casera, que cuidó de sus hijos y sus ambiciones no pasaron de las de cualquier ama de casa pequeñoburguesa. Esta semana me he acordado de la joven Norah Barnacle con el falso escándalo montado alrededor de otra joven irlandesa. Y si digo falso es porque lo que ha desatado tiene más que ver con el hecho de su trascendencia pública, que con el hecho en sí. O de otra manera: de no existir los i-Phones e imitadores, de no sufrir ahora la patología social de filmarlo y fotografiarlo y diseminarlo todo, el asunto de las felaciones masivas „y al mismo tiempo tan breves que no sé si es correcto llamarlas felaciones„ no habría provocado ninguna reacción. Ojos que no ven, etcétera, y ahora resulta que no sabíamos nada de lo que ocurre en Punta Ballena y otros lugares de la desmadrada costa turística mallorquina. Años atrás mentíamos mejor. Ya lo dijo Andreotti: manca finezza.

Si en las atribuciones de un gobierno autonómico está el opinar sobre el hecho de chupar pollas „y disculpen ustedes, pero las cosas se han puesto a este nivel„, apaga y vámonos. Y si la economía balear es sinónimo de felación, los que no estamos muy bien somos nosotros. Porque yo encuentro peor que la cosa en sí, sus flecos. Es decir: que por haber filmado de rodillas y deprisita a esta joven, nos creamos en el derecho de saberlo todo de ella. Es decir, la tratemos como se trataba en la Antigüedad a las llamadas mujeres públicas y la prensa se haya dedicado a un osado y valiente ejercicio de periodismo de investigación. Que si tiene dieciocho años. Que si es irlandesa. Que si su familia es profundamente religiosa. Que si la han perdonado. Que si está, toda su comunidad, rezando por ella. ¡Por favor! Ahora resultará que la Sodoma y Gomorra turística la habrá inventado una joven extranjera que pasaba por ahí ligerita de ropa y algo beoda. ¡Que el espíritu de Norah Barnacle la proteja allí donde esté ahora!

Como los mallorquines somos seres muy avanzados, lo que ha ocurrido en Punta Ballena y sus consecuencias político-empresariales ya había sido filmado en los años 40 en Hollywood, cuando no existían los i-Phones. No es que los norteamericanos fueran visionarios; es que nuestro espíritu había llegado a Los Ángeles. La escena es de la película Casablanca. Todos „incluso los que no saben quien era James Joyce y menos aún Norah Barnacle„ la hemos visto. De repente el jefe de la policía petainista de la ciudad „interpretado magníficamente por Claude Rains, más alma de la película que Bogart„ decide clausurar el bar de Rick. Está molesto porque Rick acaba de favorecer en su casino a una pareja de recién casados para que puedan adquirir pasaportes falsos y escapar a América, lo que le impide a él beneficiarse a la joven y guapa maridada. Molesto, repito, manda cerrar el bar y al ser interpelado por el encargado, Claude Rains pone cara de Tartufo y exclama: "¡Me acabo de enterar de que aquí se juega...!". Mientras pronuncia la frase, pasa un empleado y le entrega en mano su comisión del día. Tengo la impresión de que llevamos unos días poniendo cara de Claude Rains al cerrar el casino de la trastienda del bar de Rick. Con la diferencia de que esto no es Casablanca y ninguno de nosotros le llega a la suela del zapato al magnífico Claude Rains en ese papel. Aunque lo nuestro sea el negocio, mientras nos disfrazamos de vírgenes prudentes.