Así, incorrectamente, le llamábamos al mejor futbolista de la historia. Entonces no sabíamos mucho de corrección. Repetíamos lo que oíamos de los mayores, que se reunían en casa de los abuelos y pasaban la tarde del domingo escuchando el carrusel. Casi no circulaban coches y las calles de Son Coc sin asfaltar eran nuestro campo de juego. La abuela nos cosía una cinta roja a la camiseta blanca que era el uniforme del equipo. Retábamos a otros; de La Soledat, de Els Hostalets€ A veces los partidos acababan mal. Mi primo Bernardo, de trece años, tres más que yo, era el capitán. Nuestro vocabulario futbolístico era, sin saberlo nosotros, mal inglés, como escribir en mala prosa sin saberlo: orsay por offside; jèns por hands; quip por keep. Fue mucho después cuando normalizamos los términos: fuera de juego; manos; saque del portero. En fin, empezamos a ser correctos. Coleccionábamos los cromos de los jugadores de primera división con los que rellenábamos el álbum de la liga, nombres míticos: Quincoces, Calleja, Gaínza, Garay, Mauri, Mauregui, Tejada, Ramallets, Gensana, Santamaría, Marquitos, Puskas, Gento, Kocsis „en Capitán Arenas, en Barcelona, de camino a la escuela de ingenieros, diez años más tarde, escudriñaría su presencia en el bar de su propiedad„, Kubala, Kopa, y, naturalmente, Di Stéfano.

Entonces, a veinte años de la Guerra Civil „que no se llamaba así, se aludía a "es temps des moviment"„, una eternidad, el futbol era el gran espectáculo colectivo. Se afirmó, años después, con la televisión. Los equipos mallorquines estaban en tercera división: Mallorca, Baleares y Constancia eran los punteros. El Mallorca era el equipo de la gente bien. El Baleares era el de las clases modestas. La fantasía de cualquier chaval era ser como Di Stéfano. Hacer jugadas extraordinarias aupados por el aplauso de un estadio abarrotado. Kubala tenía una técnica extraordinaria pero la saeta rubia era el jugador más completo, el más inteligente. Atacaba como defendía y lo hacía con la simplicidad con la que actúan los genios; con la plasticidad del arte en movimiento que muchos años más tarde reencontraríamos en Iniesta. Pura magia. Entonces no había nada más que fútbol. Después, con los primeros televisores y el primer frigorífico Kelvinator „entonces tampoco sabíamos que honraba a lord Kelvin, el físico descubridor del cero absoluto (-273ºC)„ que llegaron con la nueva política económica que dejó atrás la autarquía, llegaron los otros deportes colectivos „balonmano, baloncesto y balonvolea„ con los que los profesores de gimnasia „falangistas„ querían desplazar al fútbol. A la pérfida Albión. No lo consiguieron.

Las gestas de Di Stéfano en el Real Madrid se resumen en dos balones de oro, en 1957 y 1959; ocho campeonatos de liga; cinco copas de Europa: 1956, 1957, 1958, 1959, 1960; 305 goles en 392 partidos. El mayor goleador de la historia del equipo después de Raúl. Se nacionalizó español, pero nunca dejó de ser argentino. No sé qué pueden tener en común un catalán y un argentino, pero de la misma manera como, después de toda una vida en Mallorca, un catalán sigue hablando con el mismo acento que el día de su llegada, así lo hacía Di Stéfano con su acento porteño hasta los últimos días de su vida. Su estado físico se deterioró sensiblemente después de un infarto en 2005. Sus apariciones públicas en la presentación de nuevos y famosos futbolistas desprendían un aire de tristeza y extrañeza. Con toda su popularidad y el afecto de los seguidores del Real Madrid se le veía presente y, simultáneamente, ausente. Así como el desamparo de los ancianos de una residencia pública se puede colegir por ir, en pleno invierno, calzados sin calcetines, el de un anciano famoso y con posibles, se colige por la presencia de una señorita joven que se dice enamorada. Así le pasó al gran jugador con la costarricense Gina González, su secretaria, cincuenta años más joven; vio como sus hijos le incapacitaban legalmente.

Después, al final de la adolescencia, vendría una época en que el fútbol y el Real Madrid eran tildados como instrumentos de la dictadura para adormecer las protestas sociales. Hasta que el fútbol fue rescatado por la intelectualidad de la mano de Manolo Vázquez. Y pudimos disfrutarlo sin mala conciencia acompañados por escritores como Milan Kundera, Edgar Morin, Umberto Eco, Henry de Montherlant, Vladimir Nabokov, Alan Sillitoe, Anthony Burgess, Gonzalo Suárez, Rafael Alberti, Gerardo Diego€ Perdonando al tocapelotas de Borges que reprochaba "la estupidez del correteo de once jugadores tras una pelota para meterla en un arco". Atribuía el nacionalismo argentino al fútbol, que también divide a las aficiones, "el fútbol es popular porque la estupidez es popular". Pero quien justificó para siempre a los que nos gusta el fútbol fue Albert Camus, guardameta hasta que la tuberculosis le retiró de su práctica: "lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol". Un periodista, tras el Nobel, le preguntó qué habría elegido en el caso de que su salud se lo hubiera permitido, el teatro o el fútbol. Sin titubear respondió: "El fútbol, sin duda".

Se habla de cuatro jugadores excepcionales en la historia del fútbol: Di Stéfano, Pelé, Cruyff, y Maradona. Di Stéfano y Pelé solaparon en algún momento sus carreras. Pero Di Stéfano no participó en los mundiales. Cruyff y él seguramente fueron, de entre los cuatro, los más inteligentes. Maradona quizá era más rápido en el juego pero tenía fama de marrullero „la mano de Dios„ y un tanto pendenciero, según Javier Marías, madridista confeso. Como uno de los mejores de todos los tiempos lo celebraban los principales periódicos deportivos el pasado martes, entre ellos L´Équipe y la Gazzetta dello Sport, que, curiosamente, le mostraba en una fotografía acompañado de Gento, a quien confundía con Amancio. Maradona fue „raro en él„ generoso con él en una entrevista el pasado lunes en Telesur: "fue un maestro para mi, me enseñó muchas cosas". Cuenta Maradona una cena compartida con él en España. "yo no había entrado jamás a un restaurante donde todo el mundo se haya levantado de sus asientos. Todo el mundo se levantó para aplaudirle y él me dijo: ´venga, venga, apresúrate´, porque a él no le gustaban este tipo de cosas". Quizá a Rafel Nadal le ocurran estas cosas en el futuro, aunque el duelo de gladiadores del tenis „un juego de la élite social en mi infancia„ no tiene la grandeza, la belleza y la pasión del juego colectivo.

Cruyff afirma sentenciosamente que "fútbol es fútbol", una tautología polisémica por excelencia. Los que hemos sido felices dándole a la pelota en nuestra infancia, siempre recordaremos con agradecimiento y emoción al más artista de todos, al que situamos en el mismo frontispicio de nuestros otros héroes de la infancia, los de las películas del oeste, los que en la sala oscura también nos regalaban felicidad: James Stewart, John Wayne, Henry Fonda€ Todos muertos, como Di Stéfano, como nuestra infancia.