Más allá de algunas cifras alentadoras sobre la evolución de la economía, hay un hecho incuestionable: el estado de bienestar se está esfumando simultáneamente al aumento de las diferencias entre ricos y pobres. España lidera a nivel europeo el aumento de esa brecha.

Sobre los efectos extremos de la economía actual en sectores a los que falta lo esencial, Joan Riera publicó el pasado domingo en este diario un análisis sobrecogedor con el título Móet & Chandon, Cáritas y miseria. Reflexionar sobre otros efectos en ámbitos que no son de supervivencia podría resultar frívolo pero la atención que merecen acontecimientos graves no deslegitima atender otros aunque son menos dramáticos.

Pese a que el impacto y modificación de las circunstancias actuales pertenecen a la esfera política, los efectos en la salud psíquica de la población involucran a sanitaristas, sociólogos y psicólogos. La calidad de vida de la población depende, en parte, de la posibilidad de tener motivaciones y posibilidades de realizarlas. Dado que "no solo de pan vive el hombre" además de las necesidades básicas como el acceso a la vivienda, el alimento y la salud, la dimensión lúdica como el acceso al arte y al deporte son elementos de peso para la salud psíquica. Es un error creer que solo los niños necesitan jugar y fantasear.

La desinversión en cultura, deporte y entretenimiento es uno de los primeros síntomas de pérdida del estado de bienestar. La gestión de los recursos que tiene una sociedad para satisfacer este aspecto depende entre otras cosas de la cultura propia, la geografía y el clima.

Un ejemplo de gestión inteligente de esto último es Noruega. El clima es hostil como pocos, con temperaturas de supervivencia gran parte del año. Sin embargo, el aprovechamiento de los recursos de esa naturaleza es altamente rentabilizada. Los noruegos no tienen un cálido mar ni un sol vivaz. Tienen frío, mucho frío y nieve, montañas de nieve. Pues, pese a ello, desde la primera infancia los niños de parvulario, adecuadamente vestidos con ropa térmica juegan y realizan actividades para el desarrollo evolutivo de las capacidades psicomotrices y cognitivas al aire libre y en la nieve. También en adultos los deportes de nieve son aprovechados al máximo para una amplia capa de la población.

Si pensamos en la situación de Balears, está claro que uno de los recursos más accesibles es el mar. Los deportes náuticos para los niños, jóvenes y adultos, la navegación recreativa y un clima benévolo representan un auténtico filón. Fomentar el acceso de los jóvenes a la vela o al piragüismo entre otros deportes puede ser un potente antídoto frente al alcoholismo, el tabaquismo y otras drogas cada vez más precoces favorecidas por la marcha nocturna como único recurso social.

Los adultos también necesitan jugar, el aliciente de tener acceso a una pequeña porción del espejo de agua de los puertos y una barca por mínima que sea puede representar un universo de bricolaje, paseos familiares o pesca deportiva. Entre los diversos orígenes de los trastornos psíquicos, la ausencia de proyección para ilusiones y deseos es sin duda una causa de peso. Sin embargo para los habitantes de las islas, el mar y su disfrute están cada vez más lejos.

Ante la indiferencia de una parte de la ciudadanía que ve la náutica bajo el estereotipo de "deporte de ricos", las decisiones impulsadas exclusivamente por el afán mercantil están volviendo cada vez menos accesible ese regalo de la naturaleza. Si bien puede que en términos económicos las decisiones estén avaladas por la lógica, su incidencia en la calidad de vida está infravalorada.

Un ejemplo de esas decisiones fue la privatización de la tradicional Escuela de Vela Calanova, que ya no es más que un recuerdo y en la que niños de todas las condiciones sociales tuvieron contacto con el mar y con un deporte como la vela que estimula aspectos de socialización, cognitivos y psicomotrices. Otro ejemplo de esta filosofía es la implacable explotación de la limitada superficie de agua disponible para amarres que está haciendo que lo de "deporte de ricos" sea una profecía autocumplida, pues en los puertos deportivos los tradicionales llaüts y veleros de pequeña eslora van siendo reemplazados por descomunales embarcaciones que salvo alguna salida de verano permanecen inmóviles todo el año.

En fin, que si el mar como juguete está cada vez más lejos, vivir sin jugar se hace cada vez más soso. Y esto merece tomarse en cuenta.