Hoy escribo desde la cercanía que me da conocer a los que pretenden ser los protagonistas de la historia, un mundo al revés lleno de eso mismo, de reveses, de tergiversaciones y sobre todo de maldad, de mucha maldad. Conozco a Pepe Castro y a Pedro Horrach porque son compañeros de trabajo. Nos vemos en los juzgados, hacemos guardias juntos cuando nos toca y mantenemos „hasta donde yo conozco„ una relación cordial, de ahí que pueda hablar de ellos sin hablar de la justicia, ni de sus poderes ni sobre todo de los argumentos interesados con los que la gentuza del día sí día también intentan ver en todo lo ocurrido una baza para atentar directamente contra la Justicia.

Nadie en su sano juicio imputaría a gente tan reputada, responsable y decente cuando sabe que ese es precisamente su trabajo, por lo que me dedicaré a hacerles aquí la autopsia y a decirles lo que ellos no han dicho de sí mismos. Prefiero abrirles el cráneo a Horrach y a Castro hasta que llegue el día en que no me quede más remedio que insultarlos. Si Pedro insulta a Pepe, y si Pepe se defiende instándole a formalizar su insulto en forma de querella, entenderán que yo esté legitimado para autopsiarlos a los dos a la vez.

La miseria del difunto, la materia del cadáver, es que cualquiera quiere apropiárselo para después llorarle. Llego a escribir esta necropsia imaginándome las miles de columnas que gente que sabe mucho de todo habrá escrito sobre ellos. Gente que conoce argumentos jurídicos; gente que conoce a los personajes y sus opiniones; analfabetos y doctos, mucha gente. Pero sobre todo gente que se apunta a un bombardeo de muertes y que delira queriendo ver en las diferencias entre juez y fiscal, un simple juez y un simple fiscal, el motivo de sus razones y „sobre todo„ el culmen de sus deseos.

Cuando los abro no veo ni en Castro ni en Horrach toda esa mierda que se quiere ver en ellos para utilizarla respectivamente en contra del uno y del otro. No veo toda esa basura que tiende a ver en ellos un enfrentamiento personal. De hecho no veo en su cerebro nada de eso. No veo en ellos grandes héroes de verdad ni grandes hacedores de bien. No veo en ellos algo distinto a los que simplemente son: dos hombres que hacen su trabajo lo mejor que pueden. Ni Pepe quiere retirarse del magisterio con una traca final inolvidable, ni Pedro quiere un puesto en no sé qué fiscalía de no sé donde. Los dos hacen lo que les corresponde. Punto.

Repasar personalmente la lista de todos los enfrentamientos profesionales, técnicos, a los que he asistido entre un fiscal y un juez sería no parar. Sería incapaz de hacer la cuenta de la vieja para adivinar la cantidad de jueces y fiscales, de secretarios y de médicos-forenses, de funcionarios todos de la administración de Justicia, en que ha habido problemas personales ajenos a los temas técnicos. Un día daré mi alineación perdedora, la del mundial. Por eso sé que en todo este entramado de intereses hay mucha trola, mucha mentira.

Claro que sabemos que la fiscalía está jerarquizada y politizada. ¿Y qué? Claro que sabemos que el poder judicial está politizado, por supuesto que vemos que la última propuesta de reforma de Gallardón es vergonzosa en cuanto a la pérdida de independencia organizativa de los jueces.

¿Y qué? ¿Qué tiene eso que ver con que Pepe y Pedro hagan su trabajo de forma impecable y que cada uno defienda sus argumentos como considere?

Cierto es que a Horrach se le ha ido la mano formalmente de forma innecesaria. Cierto es que en este juego suele ganar, se atenúa la pena al que más siente esa diferencia, y ese es Castro. Pero más cierto es que pensar en el elemento comparativo con otros imputados, o el trato que se le ha dado a esos imputados en las muchas instrucciones judiciales que se han llevado a cabo en materia de corrupción, resulta insostenible.

Hay que verlo al revés, hay que verle la espalda al cadáver. No es que a la infanta se le ande tratando de forma distinta, sino que a otros muchos imputados se les ha tratado de otra forma, imputados "de una línea", imputados "sin discrepancia alguna". No es que Castro y Horrach hayan roto su idilio por el caso Nóos, es sencillamente que no debiera haber habido idilio y „en todo caso„ debieran haberse peleado muchas veces. Esa es la triste realidad de todo lo que nos ocurre, que lo que creemos que es un trato diferenciado hacia la infanta es probablemente un trato discriminado hacia otros muchos imputados, por Castro, por Horrach o por quien sea.

Si el fiscal que tiene por misión velar por la legalidad no controla las actuaciones de la policía y sus excesos, y si el Juez que tiene por misión impartir justicia no establece, en su independencia, una proporcionalidad entre el trato al ministerio público y a las otras partes, tenemos un problema. Porque Horrach está para perseguirte hasta dónde tus zapatos no sueñan llegar, y Castro está para acordar y decidir cuál debe ser el destino de todos esos sueños convertidos en pesadillas.

Ambos novios son amantes y son amados, de ahí que cada familia de los contrayentes vea el idilio como le conviene. El diagnóstico, si es de defunción, es que por fin ha llegado la normalidad a los juzgados, que por fin cada una de las partes es libre para ejercer su trabajo como considere para impartir justicia. Y si es así, y si fuera esa guerra que no es, bienvenida sea. Roto el amor, amemos el desamor.