El pasado fin de semana, los jefes de Estado o de Gobierno de los nueve países de la UE con socialdemócratas en el Ejecutivo se reunieron en el Elíseo, invitados por Hollande, para preparar la relevante cumbre europea de esta semana en Bruselas. Allí estuvieron, junto al presidente francés, el jefe del gobierno italiano, Matteo Renzi, el vicecanciller alemán Sigmar Gabriel (SPD) y los dirigentes Selle Thorning-Schmidt (Dinamarca), Victor Ponta (Rumania), Robert Fico (Eslovaquia), Bohuslav Sobotka (República Checa), Joseph Muscat (Malta), Werner Faymann (Austria) y Elio Di Rupo (Bélgica). También estuvieron presentes el primer ministro francés, Valls, y el actual presidente del Parlamento europeo, Schulz. La estrella de la reunión fue el italiano Renzi, quien obtuvo más del 40% de los votos en las elecciones europeas del 25M y casi duplicó el respaldo que obtuvo el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo. Desde el próximo martes, la presidencia rotatoria de la UE corresponde a Italia, por lo que Renzi desempeñará un papel relevante en los próximos seis meses.

El resultado más notable del encuentro de París fue el respaldo a Juncker como presidente de la Comisión Europea, es decir, el apoyo al espíritu democrático de las elecciones del 25 de mayo, que fueron ganadas, aunque por estrecho margen, por el Partido Popular Europeo. A cambio, los socialdemócratas reclaman la presidencia del Consejo que hoy ostenta aún Van Rompuy. Renzi, por su parte, desearía colocar a una persona de su confianza al frente de la política exterior europea, en el cargo de Catherine Ashton.

Esta reunión de París, en la que curiosamente Hollande tuvo al parecer que aplacar los ímpetus reformistas del primer ministro italiano Renzi, fue el desenlace de una serie de contactos de los socialdemócratas europeos encaminados a obtener de Alemania un cambio de rumbo. Y, en efecto, para este mandato europeo, Renzi, cargado de prestigio, tratará de imponer una rectificación de la política económica comunitaria en el sentido de apostar por el crecimiento y el empleo, sobre todo en los países periféricos más afectados por la crisis que hayan emprendido reformas o realicen inversiones para el crecimiento y padezcan mayores problemas de desempleo. Dejarían, por ejemplo, de computar como déficit aquellos gastos encaminados a cimentar el crecimiento estructural, según una idea lanzada estos días pasados por Sigmar Gabriel. Todo ello sin abandonar la disciplina presupuestaria ni los compromisos adquiridos pero utilizando al máximo los resquicios de flexibilidad que puedan utilizarse. Para un segundo estadio se dejaría la reforma del Pacto de Estabilidad, en el sentido de sustituir la rígida proscripción del déficit por la obligación de limitarlo en promedio a lo largo de todo el ciclo económico, lo que permitiría aplicar con moderación políticas expansivas que mitigarían la crudeza de los periodos recesivos.

La pujanza del italiano Renzi, quien consiguió arrinconar al populismo en las europeas y cuenta actualmente con el 69% de popularidad en su país, le otorga una gran capacidad de maniobra que debería permitirle sacar a Europa del impasse de la ortodoxia monetarista para introducirla en la senda de la reforma social, de la mayor preocupación por las personas, del capitalismo compasivo y con rostro humano, y de la búsqueda de la prosperidad. A España le conviene, por razones obvias, que se avance en esta dirección.