Ni en las peores pesadillas hubiera sido posible imaginar tal descalabro. Al Real Mallorca le falta año y medio para alcanzar su centenario pero, en estos momentos, objetivamente, existen serias dudas de que tan importante efemérides se pueda celebrar. Nada en el Mallorca responde hoy a la lógica y a la coherencia. Su situación es de práctico siniestro total. Sólo la capacidad de resistencia del núcleo irreductible de la afición mantiene latentes las constantes vitales de un club con historial digno y futuro muy incierto.

En la última temporada, ni la directiva -por llamarla de algún modo- ni la plantilla han respondido a las expectativas y ni siquiera a sus obligaciones básicas. El Mallorca que debía recuperar su posición de Primera División sólo se ha podido salvar del descenso a Segunda B, por la mínima, en el último partido de liga. Eso, de momento, porque el peligro no se ha extinguido. Vista la caótica situación económica de la entidad, a la que Damon Mark acaba de denunciar por despido improcedente, no resulta descartable que el club acabe perdiendo en los despachos la categoría que apenas ha podido mantener sobre el terreno de juego.

Nadie con un mínimo de capacidad de gestión sobre el Mallorca, un club lapidado por accionistas irreconciliables, parece tener verdadero interés en consolidar una estructura administrativa solvente y una planificación deportiva creíble. Antes al contrario, sólo se observan acciones de rapiña entre la propiedad fraccionada y sobre el potencial y las infraestructuras de Son Moix y Son Bibiloni. Los cimientos del club se están derruyendo del mismo modo que se ha dejado derruir el Lluís Sitjar.

Entre el folletín y el sinsentido, en los últimos meses se han sucedido los episodios de vergüenza ajena. El último, el viernes mismo. Mientras Llorenç Serra Ferrer negocia el traspaso de la propiedad a Dudu Aouate y pretende nombrarle director deportivo, Utz Claassen, Pedro Terrasa y Biel Cerdá designan por su cuenta a Miquel Àngel Nadal director deportivo.

Dos años atrás, el Mallorca era un activo económico para la isla y una entidad cohesionada en lo deportivo y social. Hoy está paralizado en todos los aspectos con un Biel Cerdá destinado ya, por desméritos propios, a pasar por el peor presidente que ha conocido el club y un Serra Ferrer que no ha cumplido con las tareas de dirección deportiva que asumió y que ahora parece centrar sus intereses en otros colores que nada tienen que ver con los bermellones.

Por supuesto, el cuerpo técnico, casi siempre mutante y la plantilla de jugadores, también tienen su alta cuota de responsabilidad en el desastre global. No han respondido a las expectativas alimentadas ni al nivel de las fichas suscritas.

Al Mallorca se le agotan las posibilidades de regeneración y debe saber aprovecharlas de una vez por todas, sin demora. Le queda la renovación o la nada. La afición, hoy con sobrados argumentos para su desencanto, tiene derecho a un club estable y a una estructura deportiva consecuente. También la isla que da nombre a la entidad. Deberían entenderlo y aceptarlo, de una vez por todas, quienes ocupan los despachos de Son Moix y abrir paso a un plantel de directivos decididos a ocuparse con seriedad de la organización económica y deportiva necesitada de sosiego y centrarse sobre cuanto ocurre en el terreno de juego y no tanto en las intrigas y vendetas de despacho incompatibles con cuanto significa el deporte y todos sus valores asociados. El Mallorca reclama savia y patrones nuevos.