Los taxistas de toda Europa están en pie de guerra por la irrupción de una aplicación telefónica, Uber, que vincula a través de Internet móvil a quienes quieren desplazarse con aquellos que están dispuestos a prestarles transporte mediante su vehículo privado. Lógicamente, quienes han pagado precios astronómicos por una licencia de taxi y tributan religiosamente por su actividad piensan que dicho "intrusismo" debe proscribirse.

Las administraciones, que son al cabo las que se han lucrado al expedir dichas licencias, han salido en defensa de los taxistas profesionales, pero ya puede asegurarse que se trata de un vano intento de poner puertas al campo. No hay modo de parar esta tendencia, que incluye, como es natural, el derecho que cada cual tiene de llevar en su automóvil a quien le plazca, gratuitamente o a cambio de una compensación si así se plantea.

Para juzgar este nuevo problema suscitado por Internet, habría que considerar, primero, la racionalidad o no del actual sistema intervenido de taxis. Quizá se debería permitir que el mercado regulase el sector, aunque ello se hiciera gradualmente para no causar un daño irreparable a los actuales taxistas, que ven en el aire su medio de vida.