Las divisiones, fracturas y ambiciones internas en el seno del PSC han terminado forzando la dimisión del primer secretario, Pere Navarro, quien declinará el cargo este sábado en la reunión del consejo nacional de la organización, la misma institución que le respaldó con más del 80% de los votos cuando se produjo el último y más grave enfrentamiento con el sector catalanista, que pretendía que el partido de los socialistas catalanes se adhiriera con alborozo al proceso soberanista. Es evidente que a Navarro, exalcalde de Terrassa que se puso al frente del partido en diciembre de 2011 para tratar de salvarlo del naufragio de la última etapa de Montilla, le han pasado factura los pésimos resultados: perdió 51.000 votos en las autonómicas de 2012 y otros 166.000 en las pasadas europeas, con diferencia los peores datos del PSC en toda su historia: sin embargo, es muy dudoso que este catastrófico abandono del electorado se haya debido a la gestión de Navarro: más bien es consecuencia de la deriva vacilante del partido, con dos almas irreconciliables en su interior.

Efectivamente, el PSC tuvo desde su fundación en los setenta, por convergencia entre diversas fuerzas de aquel signo, un alma obrerista y otra catalanista que cohabitaron pacíficamente hasta que esta última, con Maragall al frente, se convirtió al nacionalismo. La formación del "tripartito", coalición en la que predominaron cada vez más las posiciones de Esquerra Republicana, terminó de confirmar aquella deriva, que ya por entonces engendró la escisión de Ciutadans, impulsada por un grupo de intelectuales que no soportaron la exacerbación identitaria impuesta por Maragall. Y las dos almas han dejado de poder coexistir cuando se ha impuesto el proceso soberanista, que ha generado la gran división entre hemisferios excluyentes e irreconciliables. La quiebra moral y política del PSC, que podría traducirse en una ruptura material, en una escisión en dos mitades, no es más que el reflejo de lo ocurrido en la sociedad catalana, en la que la enemistad se ha adueñado del debate político. Ya no cabe la ambigüedad fecunda de la identidad múltiple y compartida, que ha sido arrasada por la polarización sin rumbo, que avanza hacia el despeñadero.

En definitiva, el PSOE suma a su deterioro estatal el hundimiento del PSC, que anuncia grave riesgo de ruptura. Y el momento, con el proceso soberanista en ebullición y a las puertas de la fecha dramática de noviembre, no permite vacilaciones ni dudas: si el sector catalanista se adueña del partido, por abdicación de la actual mayoría ideológica que aparentemente aceptaba las posiciones de Navarro, el PSOE deberá desembarcar en Cataluña sin mayor demora. El experimento del PSC fue fecundo mientras el catalanismo era una impregnación cultural compatible con un proyecto estatal descentralizado pero sólido. Pero en las actuales circunstancias, es preciso que la clientela progresista, de centro-izquierda, que no participa de la vehemencia nacionalista ni comparte la propensión rupturista, tenga un referente ideológico claro y una estrategia concreta a los que asirse.

Las sociedades evolucionan ideológicamente pero es muy raro que den saltos bruscos en sus convicciones. Lo que permite presumir que una opción progresista que, tras reconocer la necesidad de buscar un mejor encaje para Cataluña en el seno del Estado plural español, marque un camino para restaurar la relación perdida encontraría receptividad y audiencia en una clientela numerosa que vive actualmente una gran orfandad. El PSC o, en su defecto, el PSOE deben avanzar en esta dirección.