A la debacle económica „parece que ya definitivamente conjurada, aunque no sus secuelas„, le han sucedido las altas temperaturas políticas que amenazan con derivar en unas peligrosas fiebres. Cabe temer que la caída del tradicional bipartidismo, o de cualquiera de sus variantes autonómicas, provoque temblores sísmicos a lo largo del esqueleto institucional de nuestro país. Cataluña es el ejemplo más evidente, pero no el único. Durante años, el centroderecha nacionalista de Convergencia i Unió juntamente con el PSC formaron el núcleo central de la estabilidad catalana. Los primeros triunfaban en las autonómicas, los segundos en las generales. Se alternaban en las capitales de provincia y los municipios, de modo que una cierta continuidad quedaba garantizada. Y la fluidez con Madrid reforzaba ese equilibrio. Al despeñarse en las últimas autonómicas, los dos partidos referenciales de Cataluña se han visto desbordados por movimientos de corte asambleario que aspiran a marcar la agenda de gobierno. Las instituciones se tensan, el orden legal se pone en duda y se invoca un pretendido origen edénico. Sin los partidos centrales, el campo de juego muta y el resultado se vuelve imprevisible. En Cataluña y en cualquier otro lugar.

Las europeas de mayo van a servir de preludio al rondó electoral de los próximos dos años. La lectura de los resultados será inmediata, aunque los distintos niveles de movilización ciudadana no permitan calibrar el panorama general. ¿Qué mapa político surgirá después de 2015? La hipótesis de un bipartidismo a la baja no sólo resulta verosímil, sino que parece una exigencia del guión. Seguramente la tutela europea obligará a una gran coalición que rebaje la fiebre institucional y estabilice al paciente. La UE no está para experimentos, con el gas ruso amenazando por el Este y el riesgo de implosión interna de sus fronteras. Un teórico como Kaplan nos recuerda que la geografía dicta de nuevo las prioridades y que la ribera mediterránea, freno natural del continente africano, constituye una linde estratégica.

La crisis institucional peligra con finiquitar la hegemonía de los partidos mayoritarios. Las encuestas anuncian el sorpasso de ERC y el crecimiento significativo de Ciutadans. El hipotético vuelco electoral en Navarra y en la Comunidad Valenciana puede tener complejas derivaciones. ¿Mantendrá el PP el control de Madrid? En Andalucía también se vota, aunque la desenvuelta Susana Diaz ha quedado en entredicho tras el pulso con IU. El Aberri Eguna sirvió para recordarnos que Euskadi observa con cautela el proceso catalán y, sobre todo, que Iñigo Urkullu no quiere que al PNV le suceda como a CIU. En La Moncloa, Rajoy aplaude el pactismo del lehendakari, consciente de que en la próxima legislatura, la atomización parlamentaria exigirá toda suerte de alianzas. El PP y el PSOE saben que se necesitan mutuamente, aunque sus gestos lo desmientan.

Poco a poco se abre paso la idea de la reforma constitucional. Tal vez empiece a partir de 2016, ya sea con la llamada fórmula Herrero „una disposición adicional que subraye la asimetría autonómica„, ya sea con un pacto de corte federal. ¿Se aprovechará la ocasión para mejorar la eficacia del diseño institucional y para poner coto a los vicios clientelares? El escepticismo resulta legítimo. A ello, hay que sumar el riesgo evidente de la antipolítica: el temor de la desafección generalizada. Las sociedades maduras requieren partidos moderados y debates informados. Y también paciencia, para sazonar los frutos.