Dijo Arthur Schopenhauer: "Toda verdad pasa por tres etapas. Primero se la ridiculiza. Segundo, genera una violenta oposición. Tercero, resulta aceptada como si fuera algo evidente". Diciembre de 1960. Nace en París el "club de los países ricos", la OCDE, impulsora y gran defensora del libre comercio internacional como creador de riqueza y bienestar. La idea es producir en países con mano de obra barata cosas que, transportadas a bajo coste y sin aranceles, mejorarán la calidad de vida de los países miembros.

Entre 1950 y 2006 el volumen del tráfico mundial de mercaderías se multiplicó por 27 mientras que el PIB sólo lo hizo por 8. La participación del comercio internacional en el PIB mundial pasó de 5,5% a 20,5% (OMC). Los grandes barcos transportan más del 90% de la mercadería mundial. Su volumen de carga se ha triplicado desde 1970. Su combustible es barato y sucio y emiten más dióxido sulfúrico que todos los automóviles, autobuses y camiones del planeta. Los buques de carga produjeron en 2005 el 27% de las emisiones de óxido de nitrógeno. (Wall Street Journal).

El calentamiento global y, con él, el deshielo polar aumentan exponencialmente con respecto al comercio exterior en un grado que desconocemos, ya que ninguna ley regula el combustible usado en aguas internacionales ni las emisiones de gases de los cargueros. Europa, por no contaminar, fabrica biodiesel con aceite de palma cultivada en Borneo y transportada en vetustos navíos que limpian impunemente sus sentinas en el océano. Deforestamos la jungla, derretimos los polos, elevamos el nivel de un mar que, cada vez más contaminado, engulle las playas, dejando tortugas marinas sin arenales donde desovar; orangutanes y osos polares desahuciados. Por no molestar a las vacas, bebemos leche de soja, una legumbre forrajera asiática convertida ahora en manjar exquisito para europeos, cultivada en lo que hace unos días era la selva amazónica. Nos venden panga del contaminado río Mekong mientras Japón degusta nuestro atún. Aliñamos la ensalada con una salsa negra que sabe a sal mientras China saborea nuestro preciado aceite de oliva. Damos a nuestros perros piensos canadienses mientras en Europa los elaboramos con cabras australianas y mejillón neozelandés. Fletamos contaminantes buques repletos de cosas que no necesitamos mientras nos quejamos del calor y conectamos el aire acondicionado, añadiendo más leña al fuego. Cogemos el coche para ir al súper mientras añoramos el viejo colmado, convertido ahora en bazar oriental€ Es la globalización elevada a su máxima potencia: la estupidez.

En los años ochenta, Greenpeace alertó al mundo sobre el cambio climático. Fue ridiculizada, desmentida y tachada de alarmista. Hoy, de acuerdo con Schopenhauer, este fenómeno es una verdad más evidente que un iceberg fundiéndose en las cálidas aguas del Ártico. La buena noticia es que tenemos la llave para decidir qué y a quien queremos comprar€ pero no. Seguiremos conduciendo solos, pasando frío en verano y, lo que es peor, comprando lejos, esperando la llegada de un líder que nos diga cuándo y cómo debemos usar esa llave.

*Presidente honorífico de la Plataforma Balear para la Defensa de los Animales (Baldea)