'La posibilidad de realizar un sueño hace que la vida sea interesante´. Un mensaje de esperanza en un mural recibe a cualquiera que visite el Casal Petit, que atiende a las mujeres que ejercen la prostitución. Un canto al futuro de quienes no quieren mirar atrás. Ni posiblemente tampoco alrededor. Las educadoras y trabajadoras sociales creen que es necesario sensibilizar a la sociedad y, sobre todo, fomentar la educación y formación de las mujeres que han sido víctimas de la trata.

Cuando una se acerca a conocer las historias que hay detrás de quienes ofrecen servicios sexuales, no puede sino agradecer que haya alguien que se preocupe por ayudarlas. Un estudio del Casal Petit divulga las experiencias de 20 mujeres nigerianas captadas para el tráfico de personas. La pesadilla empieza en casa. Un contacto con la mafia abre la puerta al sueño europeo, a una vida mejor. Algunas saben que aquí acabarán prostituyéndose pero la mayoría vienen engañadas. Las mafias aprovechan su ignorancia, su falta de formación, para atemorizarlas con rituales de vudú. Toda clase de desgracias para sus seres queridos si no se portan bien. Al exigir en España un pacto de estado por la educación se está pidiendo que se vacune a los chicos que representan el futuro ante supercherías y manipulaciones. He ahí los peligros de acercarse en formación a los países del Tercer Mundo.

El tormento continúa durante el viaje. Las mujeres son transportadas como mercancías, hacinadas en camiones que no paran si una de ellas cae al suelo. Son acosadas e incluso violadas. Cruzan el desierto sin comida ni bebida, por lo que acaban bebiendo su propia orina. En ocasiones son obligadas a volver atrás por la policía y entonces vuelve a empezar el via crucis. Porque algunas no despiertan. 'Te vas a dormir en una tienda de campaña y a la mañana siguiente la mujer que tienes al lado está muerta. A la primera que murió la enterramos e hicimos una ceremonia. Pero cuando ya son diez no lo haces porque piensas que tú puedes ser la siguiente y que lo único que hay que hacer es seguir adelante'. Hasta que llegan aquí con una deuda de hasta 50 mil euros con quienes las han traído. Y el resto de la historia ya la conocen. O pueden conocerla si se pasean por las Avenidas o el centro de Palma de noche.

El Casal Petit es su refugio cuando la visión idílica de su llegada a Europa se convierte en desasosiego. La congregación de las Hermanas Oblatas las acoge en su Programa de atención a la mujer en situación de prostitución y exclusión social. Sí, la Iglesia. Esa misma que tanto atenta contra los derechos de las féminas. Las religiosas llevan a cabo una labor silenciosa, en la sombra, día a día, seguramente sustituyendo programas públicos. No salen en la tele, ni ocupan portadas en los periódicos, pero continúan trabajando por convicción. Porque creen que hay que dotar de dignidad a quienes la han perdido víctimas de las mafias.

Muy lejos de las activistas que enarbolan la bandera del feminismo. Están demasiado ocupadas pintando con sangre menstrual palacios episcopales o interrumpiendo misas. La próxima vez que se planteen hacerlo, ya sea en la iglesia de San Miguel de Palma o en la catedral de Colonia, deberían plantearse que la Iglesia no es sólo Rouco Varela, o curas pedófilos. Que también la Iglesia es feminista, si entendemos el feminismo como la exigencia para estas mujeres de igualdad de derechos. Sería interesante poder preguntar a cualquiera de las prostitutas quién la ha ayudado más, si las Hermanas Oblatas o las activistas de Femen.

Una de las falacias más habituales es la de composición, que consiste en tomar la parte por el todo, y deducir que lo que es cierto para una parte, también lo es para el conjunto. Cuando se acusa a la Iglesia de pretender menoscabar los derechos de las mujeres se comete una injusta generalización. La que escribe no apoya ni justifica, desde luego, todas sus posturas ideológicas. Ni siquiera la mayoría. Pero sí sería conveniente alejarse del maniqueísmo de la corrección política. Del feminismo de Telediario cuya lucha por las mujeres se agota en el gesto. Enseñar los pechos en lugares públicos o hacer grafittis con sangre recogida de la propia regla poco alivia a las mujeres explotadas. La lucha por la dignidad es mucho más que protestar por el anteproyecto de la ley del aborto o reivindicar una libertad sexual sin responsabilidad. Lo que hay que exigir es que quien vaya a abortar no se vea obligada a hacerlo en la trastienda de una peluquería. Luchar por la dignidad es estar al lado de quienes sufren por ser lo que son. En este caso, mujeres. Y la Iglesia, sin apoyo mediático, está en primera línea de ayuda a los más débiles.