El debate del martes no deparó sorpresas. Los emisarios catalanes, secundados por los nacionalistas y por Izquierda Plural, defendieron con discreta oratoria la increíble tesis de que la reclamación catalana no formaliza un proceso independentista sino que tan sólo persigue conocer de primera mano la voluntad de los ciudadanos, como si el referéndum fuera una especie de gran encuesta. Rajoy y Rubalcaba, firmes, opusieron la legalidad constitucional a la veleidad secesionista y el rigor del estado de derecho al referéndum de autodeterminación, que respondería a un derecho negado expresamente por el representante socialista en línea con el constitucionalismo democrático clásico. Al propio tiempo, los dos líderes han manifestado su voluntad negociadora, en tonos distintos pero concurrentes.

Rajoy y Rubalcaba han ofrecido la reforma constitucional, aunque con intenciones diferentes: el presidente del Gobierno, cómo única vía para alterar el esquema de la Carta Magna e intentar por tanto la mudanza que propone el nacionalismo catalán (con escasas posibilidades de éxito); el jefe de la oposición, para establecer un nuevo marco de convivencia federalista, más acogedor para Cataluña, más adaptado a los tiempos nuevos, treinta y cinco años después del proceso constituyente. De momento, PP y PSOE no ofrecen una solución conjunta, aunque su sintonía de fondo es total, y ello se debe a que la otra parte en la hipotética negociación „Artur Mas y quienes le secundan„ no busca en realidad una fórmula paccionada para quedarse constructivamente en España sino tan sólo un portillo para consumar la ruptura.

Es muy difícil dialogar con quien no busca un acuerdo para mantener una relación amistosa y fecunda sino que tan sólo pretende el visto bueno para una proclamación soberanista que ya tiene día y hora prefijados unilateralmente. Una ruptura que, en contra de lo que se afirma en ciertos ambientes, no disfruta de un apoyo masivo sino que fracturaría a la sociedad catalana en dos mitades simétricas y prácticamente iguales, como lo prueban todas las encuestas y como bien explicó el portavoz socialista con preocupación. Porque lo grave del desgajamiento insolidario de Cataluña del resto del Estado „fue valiente Rubalcaba al denunciar este elemento de insolidaridad en los planteamientos del soberanismo„ no es tanto el esfuerzo que debería realizar la Cataluña independiente para encontrar su lugar en el concierto de las naciones sino el drama vital de una comunidad escindida en dos hemisferios, en la que los "no catalanes" „nadie podría ser obligado a cambiar de nacionalidad„ formarían una colectividad postergada. Deberían leer esos nacionalistas, tan embelesados con Québec, los argumentos que da el Tribunal Supremo de Canadá para exigir una mayoría muy cualificada para avalar una secesión que ni puede ser decidida por la mitad más uno de los electores ni puede plantearse unilateralmente.

En estas circunstancias, el diálogo no puede emprenderse ni mucho menos materializarse si quien desafía al Estado con la ruptura „y declara que en última instancia no respetará la legalidad„ no admite previamente que el problema tiene solución dentro del marco de convivencia que nos hemos dado y que en Cataluña obtuvo, por cierto, más del 90% de los sufragios. Más que en ninguna otra comunidad autónoma española.