Una tardía y larga invernada, seguida, sin transición apenas, de una anticipada primavera ha apretado los calendarios de las plantas, y en la media montaña conviven en aparente armonía (como si todas ellas estuvieran en su tiempo) las exuberantes flores del eléboro, entronizadas en sus grandes ramos, las escépticas violetas, colgada cada una de su percha individual, las serenas y convincentes prímulas

y los siempre enigmáticos narcisos. Todos los ciclos se repiten, pero en cada vuelta de la rueda todo resulta ser distinto, y ese engaño, o esa paradoja, basta para que la naturaleza, al contemplarse no se muera de puro aburrimiento. Imagino al narciso diciéndole al eléboro "¿todavía por aquí, tan tarde?", y la respuesta del eléboro, "pues yo no te esperaba tan temprano", mientras la violeta cabecea, con su característico gesto despectivo,al escuchar esa típica charla de ascensor.