Ayer murió de repente, en Budapest, Ivan Nagy, uno de los grandes bailarines del siglo XX, que había elegido Mallorca para vivir desde hace una treintena de años. Conocí a Ivan en 1975 cuando yo era un joven diplomático en Nueva York y él era el primer bailarín del Metropolitan Ballet de aquella ciudad, un hombre que compartía cartel con Barishnikov, Makarova o Nureyev. Un día sonó el teléfono en mi despacho y una voz en inglés un poco duro me dijo de un tirón que se llamaba Ivan Nagy, que sabía que yo era mallorquín y él acababa de comprar una casa en Valldemossa, que le había hablado de mi un amigo común, que le encantaría conocerme y que me invitaba a verle bailar en el Lincoln Center.

Fue el principio de una hermosa amistad, como diría Humphrey Bogart en Casablanca, una amistad que ha durado hasta que la muerte, siempre injusta, se lo ha llevado. Le vi bailar infinidad de veces y luego nos íbamos a cenar con nuestras mujeres a unos de esos restaurantes del West Side que se especializan en los noctámbulos habituales del mundo del espectáculo. Al entrar en el local mi mujer y yo nos quedábamos en la puerta mientras él se adelantaba con Marilyn hacia la mesa previamente reservada y todo el restaurante se ponía de pie para aplaudirle. Su arte, su simpatía personal y su gran sentido del humor le daban una popularidad enorme. Conocía a todo el mundo y tenía un loft en la 9 Avenida, cerca de Meat Market donde en aquella época había que mirar bien un par de veces antes de bajar del coche y en el que invitaba a cenas muy divertidas donde abundaban los artistas del mundo de la danza, desde la clásica a las variantes modernas del Alvyn Ailey o de los musicales de Broadway, como The Chorus Line que triunfaba en aquellas fechas. Margot Fonteyn era una de las habituales.

Después de viajar y de vivir por todo el mundo, eligió Mallorca como residencia permanente aunque mantuvo durante mucho tiempo casas abiertas en Nueva York, Londres o Santiago de Chile, cuyo Ballet Nacional dirigió cuando ya no subía al escenario. Desde Valldemossa viajaba continuamente para asesorar o hacer de jurado en en los países más diversos. Uno de los últimos fue China.

Iván había dejado su Hungría natal siendo aún muy joven. Se escapó a Occidente y se casó con Marilyn, una australiana que bailaba en el London Royal Ballet. Desde entonces han sido un matrimonio muy feliz al que se veía a diario en las calles valldemossinas, y actualmente Ivan vivía una fase muy bonita de su vida tras ser llamado por su país natal, Hungría, para dirigir el ballet de la Ópera de Budapest, algo que le dió una inmensa alegría y donde trabajaba en el momento de su fallecimiento en una coreografía propia que se debía estrenar el próximo 5 de mayo.

Hemos tenido el privilegio de tener entre nosotros un montón de años a dos seres excepcionales que no pedían nada y que simplemente disfrutaban de Valldemossa, que describían como el rincón más bonito del mundo, y de los buenos amigos que tras todos estos años tienen en Mallorca y que hoy estamos destrozados con la inesperada noticia de su muerte. Descanse en paz un gran bailarín y un extraordinario ser humano.

* Embajador de España. Twitter: @jorge_dezcallar