Un ser humano es una isla de existencia en el mar infinito del no ser. Un día nace, otro muere. En medio, la vida, alrededor, el vacío. E intentando abarcarlo todo, la consciencia misteriosa y su pasta material, el cerebro. Los dos intentan definir el principio, la fecha del nacimiento y el final, la fecha de la muerte.

Pero el cerebro también comprende la indefinición implícita en cualquier fecha. Por muy seguro que uno esté de las dos fechas que señalan el principio y el fin, también sabe que esas fechas no son reales. Nadie puede asegurar por experiencia propia que estuvo presente en el día de su nacimiento. Porque donde no hay consciencia, tampoco hay presencia; si una noche alguien transportase mi cuerpo dormido hasta la cima del Everest e inmediatamente lo devolviera a mi dormitorio sin despertarme, nunca podría decir que había escalado el techo del mundo. Por mucho que mi cuerpo hubiera estado allí, yo no estuve.

Por esto, tanto la fecha del principio, como la del final, son irreales. Yo no empecé el día en que dicen que nací. Únicamente tengo el testimonio de quienes estaban cerca de mí aquel día. Unos testigos que se pusieron de acuerdo para poderse entender. Pero aquello ocurrió en un momento difuso. Definido con todo rigor, el instante de mi venida al mundo debería quedar anotado en forma de día, hora, minuto, segundo€ y se podría seguir así más allá del femtosegundo, una cifra con quince decimales después de la coma, la milbillonésima parte del segundo.

Las cosas sencillas, como un fotón, empiezan así, en un instante infinitamente pequeño, pero las complejas, como un ser humano, no. Sólo un dios podría hacerlo así, infundiendo vida al barro inanimado en esa fracción infinitesimal de segundo, pero creer en tal acto exige un acuerdo inexistente. No debe quedar nadie, por creyente que sea, que crea literalmente en tal acto.

Un principio sólo puede definirse de forma estadística. Si algo empezó a ser en cierto momento, se debe añadir una estimación del error razonable. Así, debe decirse que con un 99% de seguridad, tal cosa ocurrió en tal momento, pero siempre hay un margen de error. En conclusión, la fecha del comienzo de una vida sólo es un acuerdo entre testigos. Algunas veces se toman en base a presunciones razonables, pero muchas más en base a creencias irracionales.

Sí. "Irracional" es la palabra precisa, porque, por definición, la fe es irracional. Las estimaciones objetivas, no son ni creencias ni fe. Son hechos y quien dice que "Yo creo que la vida de un ser humano empieza en el momento X" no habla de hechos sino que está haciendo un acto de fe. Las palabras "yo creo", lo demuestran y su afirmación no tiene nada de objetivo.

La realidad sólo puede definirse con precisión relativa, añadiendo una estimación del error. Por eso, la afirmación correcta debería cambiar: "Tengo un 95% de seguridad cuando afirmo que la vida de un ser humano empieza en el momento X". Un poco antes la seguridad era menor, un poco después, mayor.

Volviendo a mi propia vida, no tengo ninguna seguridad de que yo, personalmente, existiera, ni siquiera un año después de la fecha escrita en mi carnet de identidad. Esa fecha sólo fue un acuerdo entre algunos testigos y así lo anotaron en el registro civil, pero fue un acuerdo de mínimos. Todos estaban sobradamente convencidos de que yo no entraría en la vida consciente hasta mucho después pero, por diversas razones prácticas, afirmaron que mi vida empezó aquel día. Igual podían haber anotado otra fecha, aquella en que confirmaron que mi madre estaba embarazada, o la de aquella noche en que mis padres se sintieron particularmente cariñosos.

Probablemente habrán terminado por comprender que estas líneas hablan de que la regulación del aborto con una ley de plazos es la única opción razonable y que otras cosas sólo pueden ser opiniones que nunca deberían ser impuestas por la fuerza. El aborto es una realidad que nunca debería ocurrir, pero que lamentablemente ocurre y siempre es el resultado de la decisión de alguien enfrentado a alternativas peores. El principio de una vida sólo puede definirse negativamente, bajo la presunción razonable de que lo que se destruye no es un ser humano. Pero esto sólo puede ser un acuerdo entre testigos y el legislador sólo debería certificarlo. Por supuesto que el acuerdo nunca será unánime. Pero las leyes nunca buscan unanimidades. Sólo deberían intentar conseguir el mayor bien para la mayor parte.

Y las estadísticas demuestran que, aquellas mujeres que interrumpieron un embarazo en un momento que consideraron inoportuno, globalmente alcanzaron una calidad de vida mejor para ellas y, sobre todo, para otros hijos que pudieron tener posteriormente. Talmente, el mayor bien para la mayor parte.