La llegada al poder de Matteo Renzi, un joven político ostensiblemente cargado de ambición, pone de manifiesto la frivolidad de una democracia vecina, que compite con la nuestra en inconsistencia y debilidad.

El personaje en cuestión, que resultó derrotado por Bersani en las primarias del Partido Democrático de diciembre de 2012, ganó un año después otra consulta semejante y se convirtió por tanto en secretario general del partido, uno de cuyos miembros ilustre, Enrico Letta, desempeñaba el cargo de primer ministro. Pero en lugar de respaldar y potenciar al Gobierno, el impulsivo exalcalde de Florencia decidió que había de ser él quien dirigiera la coalición. En definitiva, ha incumplido todas sus promesas „la de no derribar al gobierno, la de no pactar con Berlusconi (ha negociado con él la reforma del sistema electoral) y la de llegar sólo a la jefatura del Ejecutivo a través de unas elecciones„ y ha irrumpido en la política italiana con un programa tan imposible como pintoresco: en febrero, la ley electoral y la reforma del Senado; en marzo, la reforma del mercado laboral; en abril, la reforma de la Administración; y en mayo, la reforma fiscal€ Esto no es serio.

De nuevo resuenan aquellas acertadas palabras de Montanelli: "Los italianos son unos supervivientes. Ningún pueblo sería capaz de resistir nuestros desórdenes y nuestros escándalos, nuestro caos político y nuestro hundimiento económico. El verdadero milagro de Italia consiste en haber sobrevivido a los italianos”.