Siglos de lucha feminista han colocado en sus escaños a las mujeres del Partido Popular que el otro día aplaudían arrobadas al ministro Gallardón, que sonreía con esa cara de empollón que ha logrado salirse con la suya. Porque son tan infelices que a lo mejor se piensan que han llegado al Congreso por sus propios méritos, o porque así lo han querido los hombres que en realidad mandan, y que les dicen lo que tienen que votar en la ley del aborto, y en cualquier otra cosa. La lucha feminista viene de muy atrás, lo que no necesariamente supone que su ideario sea rancio, como dijo la diputada conservadora Marta Torrado, para quien seguramente también resultan rancios Aristóteles o incluso Miguel de Cervantes porque no son de esta temporada. El feminismo es lo que tiene, que propicia que resuenen altas y claras voces de mujeres que luego sueltan chorradas como la "animadversión casi patológica hacia los hombres", que denunciaba la tal Torrado para defender que las españolas no puedan decidir su maternidad libremente. Qué tendrá que ver una cosa con la otra. Sin el feminismo, esta diputada estaría en su casa pasando por pan rallado las croquetas a su querido esposo, y eso que se hubiera perdido la historia del parlamentarismo nacional. El feminismo no criba. Somos todas o ninguna. Y en "todas" cabe gente de todo pelo.

Lejos de ninguna ranciedad, el feminismo está más en boga que nunca para frenar las involuciones que algunos propician con el propósito de esconder fracasos en materias como el empleo, la economía, o la educación, o la defensa de la sacrosanta unidad patria. El PP puso a Torrado a defender una ley sobre la que seguramente nadie le pidió su opinión, pero en esa fase del proceso hacía falta un rostro femenino y ella prestó el suyo gustosa. Los rumores previos de grandes disensiones internas de vicepresidentas o secretarias generales al final quedaron en nada: al partido le convenía sacar adelante algo, aunque fuese una norma tan absurda, innecesaria y regresiva como la de Gallardón. Que las mujeres del PP se hayan dejado colar un gol como esa ley del aborto que es la risión de Europa no importaría gran cosa si no fuese porque se trata de un derecho que se recorta a todas las ciudadanas. No es como la famosa tarjeta del PP que da derecho a descuento solo a los conservadores. Este descuento de libertad y capacidad de elección respecto a la propia salud reproductiva afecta al conjunto de las mujeres, aunque nunca hayan votado a las siglas de Mariano Rajoy, ni piensen hacerlo. Las diputadas populares se han comportado como una simple comparsa de los señores que mandan y han fallado a sus congéneres. Entre el bien común y el poder, han elegido situarse en los arrabales del segundo, a ver si cae algo.

Dice la ínclita Esperanza Aguirre que no piensa ser "sumisa" respecto a lo que decidan Génova y los mandamases de su partido. Un atisbo de subversión que queda en espejismo, pues se trata solo de ir tomando posiciones estratégicas de cara a las próximas elecciones y la veterana política exige hueco como uno más. Qué pena, por un momento había parecido auténtico feminismo rancio.