El primer ministro japonés, Shinzo Abe, ha provocado la ira oficial de China y Corea del Sur al visitar el santuario de Yasukuni, donde se rinde homenaje a los soldados japoneses muertos desde 1868 y, entre ellos, a catorce criminales de guerra condenados por atrocidades en la invasión del continente durante la escalada imperial que precedió a la Segunda Guerra Mundial. Pero esta no es la primera vez que Abe pisa el recinto. Ya lo hizo años atrás como miembro del gabinete de Junichiro Koizumi, quien no solo acudió repetidas veces al que se considera un emblema del militarismo japonés, sino que para una de ellas, en 2006, eligió la fecha del 15 de agosto, correspondiente al 61 aniversario de la rendición japonesa de 1945.

Chinos y coreanos pueden alegar con todo derecho que en Yasukini se rinde homenaje a los criminales de guerra que cometieron enormes atrocidades en sus países durante la primera mitad del siglo pasado. Sin embargo, para los japoneses Yasukini es el lugar donde de honra la memoria de 2,5 millones de compatriotas caídos en combate en una gran variedad de confrontaciones, que no dejaron de suceder desde que el pequeño archipiélago se quedó pequeño para la expansión demográfica que trajo una industrialización muy temprana respecto de su entorno.

Como había hecho y hacía aún Europa, Japón buscó apuntalar su desarrollo con la explotación colonial de los que consideraba como pueblos atrasados. Hasta que topó con los intereses de Estados Unidos, que completada la ocupación de su propio continente, continuaba el Go West! por el Pacífico.

Japón perdió la guerra, pero de esto hace ya tanto como 68 años. Dos generaciones. La rendición llevó aparejada la humillación: cabezas gachas y a trabajar para levantar el país. Lo hicieron con éxito. Pasaron las décadas y se difuminó el sentimiento de culpa que acompaña al derrotado. El nacionalismo se quitó complejos. Mientras tanto, en los últimos años ha cambiado China; el gigante ha despertado y aspira a una posición de liderazgo mundial que pasa por conquistar y consolidar el predominio en la región.

Dictar una zona de exclusión aérea en unas islas en disputa, como ha hecho el gobierno chino, o visitar de nuevo el santuario de las viejas glorias militares, como ha hecho el primer ministro japonés, son gestos duros de lenguaje diplomático que indican la presencia de dos gallos dispuestos a la pelea. Y Corea del Sur, que está en medio, no quiere líos. Bastante tiene con estar pendiente de su imprevisible y belicoso hermano del norte.