Un hecho es una noticia, dos son una coincidencia, tres marcan una tendencia. El escándalo de los exámenes de ascenso en la policía local de Palma, sumado a la implicación de agentes en mafias alemanas y rusas, muestra una preocupante propensión a patrullar por el lado salvaje. Aguardo con ansia la aparición de algún miembro del cuerpo citado en la jungla empresarial del Real Mallorca. Dado que en cada detención de mafiosos fuera de Palma aparece casualmente un policía local de Palma, es lícito plantearse si la corrupción se ha propagado en la organización policial hasta el punto de envenenarla irreversiblemente. Este dilema se resolvió tiempo atrás en los casos paradigmáticos de UM y el PP balear.

Mabel Cabrer predica con sobrado conocimiento de causa que no se corrompen las instituciones, sino las personas. En el apartado que nos ocupa, los seres humanos en cuestión visten de uniforme, lo cual impide distinguirlos del resto del cuerpo. En los escándalos desvelados hasta la fecha, la policía local no se enteró de la corrupción en su seno. De nuevo, aquí es inaceptable el despiste tolerable en colectivos desarmados. Porque hemos llegado al punto clave. Desde Max Weber, el Estado posee el "monopolio de la violencia legítima". Si en Palma tiene previsto compartir este privilegio con tramas mafiosas, porque Cort ha decidido proclamar ciudad sin ley a la capital, tal vez deberíamos repartirnos las armas.

La complicación de la policía a sus órdenes con la mafia rusa, la mafia alemana o la mafia de los exámenes pilla a Mateo Isern probándose un traje ajustado o legalizando el pisito millonario de su jefe. El estupor que maneja con soltura el alcalde no es una respuesta suficiente. Debería aclarar y divulgar el daño efectuado a los palmesanos, la gravedad de la información transmitida en su pluriempleo por los personajes que nunca debieron ser admitidos en el cuerpo. A duras penas nos mantenemos en pie frente a las mafias. Si la Policía Local ha decidido cambiar de bando, estamos perdidos.