Más allá de cuanto nos rodea y nos deprime. Más allá de nuestras propias limitaciones, en ocasiones tan humillantes. Más allá de las hipocresías de turno que crecen como setas históricas y sin remedio. Más aquí de tantos amigos y amigas que prometieron y abandonaron el arado de cualquier tipo. Más allá y más aquí de informaciones y opiniones que parecen pretender hundirnos en la desesperanza. Más allá y más aquí de ese "lado oscuro" que los biempensantes de este mundo alimentan para tenernos acoquinados ante su prepotencia. Más allá y más aquí de tantas cosas poco animantes como nos rodeen y hasta penetran en nuestros espíritus, alcanzamos nuestra utopía precisamente en estos días de Navidad, cuando celebramos (los creyentes) o recordamos (los no creyentes) la aparición de un tal Jesús en un pequeño pueblecito llamado Belén, a la vez que un tal Augusto mandaba hacer un censo de su imperio y dominaba el universo conocido con vara de hierro. En un momento dado, la humildad de la potencia y la soberbia de la apariencia se entrecruzaban mientras un misterioso plan se abría camino€ hasta el día de hoy.

Amigos y amigas queridos, hoy como siempre, frente a la imposición de la fuerza de tantos tipos, sigue triunfando la utopía de la humildad de la potencia, que es el gran mensaje del niño en Belén. Frente a la violencia de los traficantes de armas, que tenemos ahí al lado y utilizan nuestros impuestos, alzamos la paz como nuestra bandera de enganche a pesar de tanta muerte y tanta desolación y mantendremos nuestro rechazo de la guerra como forma humana de solución de los conflictos nacionales e internacionales.

Frente a la conversión de los ciudadanos en borregos mediáticos o en seguidores obligados del capital, y por mucho que nos lo critiquen, no dejaremos de repetir que somos libres de organizar nuestra convivencia en libertad, igualdad y respeto mutuo, y manifestaremos públicamente esta bandera de los derechos humanos como la bandera privilegiada del Evangelio del Niño que nace.

Y frente a quienes pretenden hacer de la Iglesia un "huerto cerrado y jardín florido", ahogada en un espiritualismo o en un materialismo de medio pelo evangélico, insistiremos, junto al Papa Francisco, en la relevancia de la misericordia y del diálogo y de la inclusión como instrumentos de la aportación eclesial a la sociedad desde una Iglesia menos poderosa y más libre. Una Iglesia samaritana. Son algunas de nuestras utopías que proclamamos precisamente cuando tantos pretenden eliminemos como personas utópicas. Ya saben que no lo conseguirán. Ni ahora ni nunca. Porque un tal Jesús nació, nace y seguirá naciendo.

Estamos dispuestos a mantener la fidelidad a nuestros mejores principios, esos principios que construyeron la mentalidad europea del Tratado de Roma, y la causa de los derechos civiles norteamericanos, y la opción por la descolonización, y la caída del muro, y la causa de la mujer ante el machismo prepotente, y la defensa de la vida en todas sus dimensiones, pero sobre todo, el derecho a vivir en libertad en una sociedad libre por la que todos nosotros, o muchos de nosotros, luchamos en su momento durante tantos años. Como decía la canción, y al margen de ideologías actuales, "no nos moverán". Seremos puestos en listas negras (que las hay). Seremos tachados de buenístas (esa acusación donde se ocultan los violentos del mundo). Seremos advertidos por las autoridades competentes, que tal vez tengan que hacerlo porque para eso son autoridades competentes. Seremos objeto de burla en los círculos de los intelectuales a la violeta, que pontifican sobre todo desde la barrera y nunca se ensucian con el barro de este mundo. Lo que sean. Pero, colocados junto al pesebre del pequeño belenista no nos moverán, ni un pelo. Y así seremos la conciencia de sus acciones detestables. Tal vez, voces que claman en el desierto€ pero que preparan los caminos del señor, de la paz y de la libertad. Una tarea excelente y apasionante.

A todos y a todas utópicos, mi aplauso y agradecimiento más compañero, al margen de accidentales discrepancias: algún día deberíamos organizar una gran manifestación con pancartas blancas y en el centro un brochazo rojo, el universo blanco y nuestro compromiso utópico en ese brochazo. Una nueva bandera. La Navidad, como la gran utopía de Dios en Jesucristo, es nuestro día. Y no tenemos derecho a dejar de proclamarlo y de celebrarlo. Y de la misma forma que en el caso del pequeño de Belén, tampoco a nosotros conseguirán movernos. Porque en permanecer nos va la vida.