Más por imperativo de la necesidad que por convicción, Navidad también es tocar con los pies en el suelo y asumir, para poder afrontarla, la cruda realidad. Navidad y cada día del año, pero las costumbres sociales hacen que las carencias básicas puncen de forma más virulenta en estos días que el calendario presume ideales o algodonados. Nada de eso. En este archipiélago que había pretendido rivalidar con el paraíso, las apariencias se han vuelto ya descaradamente engañosas, hasta el punto de tensar los lindes de la afrenta social. Los espacios y la visión idílica queda acotada para los crecientes visitantes.

Los beneficios, el rédito económico también emprenden el vuelo cuando los turistas han regresado. Quién sabe en qué dirección o dónde permanecen secuestrados por egocentrismo empresarial. Así ha sido en 2013 y, pese a las estimaciones oficiales en dirección contraria, así volverá a ocurrir en 2014. La realidad es tozudamente diferente del maquillaje que se le impregna cuando los gestores públicos deben vestir de éxito sus propias realizaciones. O su inoperancia directa.

Son unos comportamientos que no pueden tener sentido alguno mientras los hogares de Balears sigan perdiendo nada menos que el doble de renta de la media española y se incrementa la diferencia entre ellos, acercándose al descaro. Por este camino, de no torcer de forma contundente hacia la dignidad, no tardará en haber en las islas dos únicos tipos de familias, las pudientes que cada día lo serán con mayor acento y las que no alcanzan a cubrir sus necesidades básicas.

No creemos que tal tesis sea exagerada, ni siquiera pesimista, simplemente constituye la confirmación de una realidad que se palpa y que, por si quedara alguna duda, confirman las analíticas desapasionadas como publica hoy Diario de Mallorca. No deja de impresionar que, en lo que va de crisis económica efectiva, desde 2008, los hogares de Balears sean los que mayor renta efectiva han perdido. Esto, siempre en las islas del teórico y rimbombante éxito turístico, entre otras muchas cosas, se traduce en una disminución de ingresos en 3.770 euros, pero también amaga otras dificultades mayores como el que una de cada tres familias haya quedado imposibilitada para afrontar los gastos imprevistos. También tiene bastante que ver con los 18.000 desahucios registrados o los 27.000 hogares inhabilitados para hacer uso en invierno de algo tan elemental como la calefacción. Eso antes de que se anunciara el fallido incremento del 11% de la electricidad y a falta de saber qué fórmula de cálculo decidirá el Consejo de Ministros del viernes.

Hoy por hoy, al vecino de a pie, cuando las instituciones no responden, sólo le queda la salida de la solidaridad, tanto para ofrecerla como para recibirla. Es una contribución nacida desde la misma necesidad y que por ello se vuelve más directa y efectiva. Por eso puede prescindir incluso del amparo y las infraestructuras de las ONGs. La sensibilidad social está mostrando su capacidad de reacción y solvencia frente a las lacras de las penurias económicas. Se nota especialmente estos días y permanece más anónima en la cotidiana precariedad laboral.