n contra de lo que algunos podrían pensar, esto no es un cuento erótico sino una pelea de poder. En Navidad y por la colonización cultural que padecemos Santa Claus se ha convertido en un personaje familiar, a diferencia del pasado cuando reinaban los Reyes Magos. Claro que entonces tampoco habíamos oído hablar de Halloween ni nos disfrazábamos de monstruos. Solo nos falta comer pavo relleno el día de Acción de Gracias (Thanksgiving) en recuerdo de los indios americanos que socorrieron a hambrientos colonos ingleses que luego, ya con la tripa llena, los masacraron. Pero todo se andará por culpa de los mercados y sus leyes inmisericordes. La tradición afirma que Santa Claus nació en el Polo Norte y de allí viene a repartir juguetes entre los niños en un trineo que arrastran robustos renos. Pues bien, en 2010 Canadá dejó al mundo boquiabierto cuando declaró formalmente que Santa Claus era ciudadano canadiense y tenía derecho a usar pasaporte de este país. No es una estupidez sino que responde a la determinación de Ottawa de reclamar la soberanía sobre el Polo Norte.

Ahora, tres años más tarde, el primer ministro de Canada, Stephen Harper, ha presentado ante la ONU una extensión unilateral de su plataforma continental en el Ártico de manera que llega al polo. No es que reivindique soberanía sobre el mismo Polo Norte, pues eso lo prohíbe la Convención de Derecho del Mar de 1982 (CDM) al establecer que las aguas y el cielo sobre el Polo son patrimonio común de la Humanidad, lo que Harper pretende es extender sus derechos bajo las aguas, sobre el subsuelo del mismo Polo y los recursos que allí se encuentran.

Esta reclamación unilateral ha puesto de los nervios a Putin, que se ha apresurado a ordenar un reforzamiento de la presencia militar rusa en la región, afirmando que tiene interés estratégico vital para su país. Aquí quien no corre, vuela. El asunto no es nuevo pues ya en 2001 Moscú plantó una bandera de titanio en aquellos fondos marinos pero su tono reivindicativo decayó durante la presidencia de Medvedev. Ahora Putin quiere construir bases militares y científicas en islas siberianas de implacable climatología. En juego están importantes yacimientos con reservas estimadas en un 30% del gas aún no descubierto en el mundo y un 15% del petróleo. También el calentamiento planetario va a permitir que discurran por el Ártico rutas marítimas que acortarán tiempos de navegación y costes de transporte. Por ejemplo, la ruta entre Shanghai y Hamburgo será 1200 millas más corta y un 35% más barata que la de Suez, o menos peligrosa que la que hace atravesar los congestionados estrechos de Malaca y Hormuz.

Pero canadienses y rusos no son los únicos que se disputan la plataforma continental ártica pues otros países también alegan derechos: Dinamarca (que según la CDM tiene tiempo hasta finales de 2014 para presentar su propia reclamación), Noruega y los Estados Unidos. Estos países se han puesto nerviosos no se si con la noticia de que han dado la nacionalidad canadiense a Santa Claus, o con el anunciado despliegue ruso, o con la posibilidad de quedarse sin las riquezas de la región ártica y proponen repartirla en porciones, como una pizza, dibujando líneas rectas desde sus límites costeros extremos hasta el mismo Polo. Las Naciones Unidas no quieren ni pueden meterse en disputas de soberanía y pedirán a las partes que busquen acuerdos políticos que la ONU pueda luego bendecir, aunque su decisión puede tardar muchos años todavía porque estamos ante una disputa más simbólica que real dado que el Polo Norte es una extensión de agua cubierta por los hielos, con una profundidad de 3.650 metros, con un tiempo de perros y en oscuridad total tres meses al año. Nadie está hoy ni estará en mucho tiempo en condiciones de explotar allí nada. Pero el orgullo nacionalista es muy absurdo e irracional (tenemos ejemplos próximos) y no hay que excluir un aumento de la tensión en la región a corto plazo.

Y mientras Santa Claus disfruta de su nuevo pasaporte, también Beijing acaba de declarar la extensión de su zona de defensa aérea en el Mar de China de forma unilateral y poniendo muy nerviosos a japoneses, surcoreanos, taiwaneses, filipinos y a los mismos norteamericanos que ven con preocupación cómo sube la tensión en la zona. No contentos con eso y para afirmar su condición de gran potencia, los chinos han colocado en la Luna una sonda espacial no tripulada con un vehículo de exploración geológica que responde al pintoresco nombre de "Conejo de Jade" y que convierte a China en el tercer país en la carrera espacial tras las huellas de americanos y rusos. El programa chino, que dirigen los militares, está construyendo un laboratorio espacial (el Palacio Celestial) en preparación de una estación permanente para 2020 y quiere enviar a nuestro satélite una misión tripulada que pise la Luna antes que los rusos. China está despertando tras un sueño de varios siglos, reclama su papel de gran potencia que presagia futuros conflictos y nadie podía esperar que con un 20% de deuda española en sus bolsillos le fuera a asustar nuestra Audiencia Nacional con su concepto de jurisdicción universal pese a lo que haya sucedido en Tibet o suceda ahora en Xinjiang. No teman, cambiaremos la ley.