El presidente uruguayo José Mugica, de 78 años, representante del izquierdista Frente Amplio, ha impulsado la difícil decisión de legalizar el cultivo y el comercio de marihuana, la más común de las drogas ilegales en nuestro ámbito occidental. Mugica ha reconocido los problemas que suscita la medida, ha asegurado que será gradualista y que en modo alguno fomentará el consumo de este producto, y ha justificado la decisión en que no quiere dejar más ese tráfico en manos de los narcotraficantes. Naturalmente, ha sacado a colación el ejemplo del tabaco: "¿Quién dice que el tabaco es bueno? Y sin embargo la gente fuma", reflexionó el viejo mandatario.

Los países occidentales conocemos bien la prohibición de todos los estupefacientes. Por razones comprensibles, y hasta ahora poco controvertibles, de salubridad nacional, están prohibidas algunas de las sustancias que dañan objetivamente el organismo y generan dependencia física y/o psíquica (otras no, como el alcohol y el tabaco). Pero la proscripción no impide ni el tráfico ni el consumo: en la lucha entre la legalidad y los narcotraficantes, difícilmente se puede hablar más que de simple empate. Y de relativo fracaso.

De momento, las voces occidentales que apuestan por la legalización son minoritarias; habrá que ver las consecuencias del experimento uruguayo para tomar definitivamente partido en pro de mantener el statu quo o tomar la decisión valiente de ensayar la permisividad.