L a nueva Ley de Seguridad Ciudadana parece inspirada en aquella clasificación zoológica que, según Borges, figuraba en una enciclopedia china. Si allí los animales se dividían en los que pertenecían al emperador, los embalsamados, los amaestrados los lechones, las sirenas, los perros sueltos, los atados, los fabulosos, etc., en la España actual los ciudadanos se catalogan según su forma de protestar por los abusos y las corruptelas del poder. Están los que increpan a las fuerzas del orden con expresión de cabreo o de dicha; los que cierran los ojos al gritar no nos representan y los que no; los que escupen a la bandera en ayunas o después de comer; los que acuden a las manifestaciones en chándal o a cuerpo; los que corean consignas con el puño cerrado o con la mano abierta; los que se manifiestan en casa y los que lo hacen en la calle.

Dentro de cada grupo se incluyen a su vez subgrupos. Así, no es lo mismo resistirse a un desahucio gritando ¡coño! que vociferando ¡mecagoen! No es lo mismo resistirse a una paliza solicitando, por favor, que dejen de aplicarle a uno el protocolo de sedación en la cabeza y en los huevos, que dando gritos desgarradores, capaces de alertar a la vecindad de que en la calle se está cometiendo un crimen. La multa será también distinta si grabas las actuaciones de la policía con un iPhone o con una cámara de alta definición.

Desconocemos si Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior, ha leído a Borges o tiene antecedentes chinos. Pero sus influencias, de un modo u otro, le han llegado. Y con una fuerza atroz. Los casos particulares que se incluyen en la nueva normativa dan cuenta de ello. Mucho nos tememos, pues, que la citada Ley se constituya, si Rajoy o el Parlamento no lo remedian, que parece que no, en una suerte de work in progress interminable, pues resulta evidente que, según la lógica clasificatoria oriental, no es lo mismo cometer un delito con zapatos de cordón que con mocasines, con gripe o sin ella, antes o después de haber recibido los santos sacramentos y la bendición de Su Santidad€

Todos, de un modo u otro, estamos incluidos en esa rara taxonomía delictiva.