Parece que en un marcado y peligroso acento de involución, se están escuchando entre algunos sectores políticos unos mensajes que acuñan una reivindicación anticlerical que parecía que estaba superada.

Así, podemos considerar algunas ideas programáticas que partiendo de un mal entendido concepto de aconfesionalidad, apuntan a que romperán los actuales acuerdos Iglesia-Estado si ganan las elecciones. Desde la Iglesia no se discute el principio de separación de ambas instituciones, pero ello no significa que no sea positiva la colaboración estatal y eclesial, por razones históricas, de configuración social, y de conveniencia práctica. Históricas porque las raíces de España están indisolublemente ligadas al cristianismo, como se ve por ejemplo, en la gloriosa reconquista que fue inspirada sobre todo por un afán religioso además del ideal patrio, o en la conquista de América movida en gran medida por un afán misionero, o también con aquellos monarcas devotos que en buena parte inspiraron su gobierno en sus principios religiosos, principios que quedaron reflejados incluso en las primeras constituciones, y también en el arte y la cultura, que son expresión del sentir de un pueblo, y en el que el cristianismo dejó su huella, como también en el pensamiento y en la forma de organizar la vida cotidiana. Además, debemos considerar la idoneidad de acuerdos por razón de la configuración social actual en la que la mayoría de la población española se declara católica, y en donde no hay ninguna institución que reúna cada domingo a tantos millones de ciudadanos como hace la Iglesia. Y finalmente por motivos de conveniencia práctica, pues la Iglesia con su labor social ahorra mucho dinero al Estado a través de la educación, de la asistencia a ancianos y enfermos, y la ayuda a los pobres y necesitados.

Los mensajes que transmiten los nuevos "progresistas" atentan también contra los valores morales cristianos, aunque en esto existe una línea de continuidad con sus predecesores, y hasta de solidaridad con otras fuerzas políticas. En este sentido, y sólo por citar un caso, se escuchaba recientemente a Elena Valenciano definir a cierta campaña pro vida como "terrorismo publicitario", demandado su prohibición, y todo porque en ella se veían unas imágenes que a su juicio eran escabrosas.

Y a esa actitud pusilánime que no soporta ver el resultado de sus propias leyes permisivas hacia lo que eufemísticamente llaman interrupción voluntaria del embarazo, se les podría preguntar si combaten con la misma energía la línea dura de las campañas del Estado en temas de tráfico o de tabaquismo, por poner algún ejemplo, o si es que las únicas imágenes crudas que no se pueden exhibir son las del aborto.

¿Hay que conceder al aborto una "patente de corso" que permita que sea silenciado, para que muchos sigan adormilados sin ser conscientes de lo que está ocurriendo, en una sociedad que se llama a sí misma civilizada cuando se mata con la anuencia de la ley a millones de fetos, sin respetar su derecho a nacer?

Con esto no estoy diciendo que yo apoye las campañas en la línea dura, ni en el tema del aborto, ni en ningún otro asunto. Pero parece irónica la contumacia de quienes por unas formas quizás discutibles, atacan una campaña de sensibilización que precisamente quiere dar respuesta al problema que han causado los que ahora critican esa campaña.

Podríamos seguir disertando sobre sus ideas en temas como educación y otros para confirmar la línea rupturista que pretenden.

Y ante todo ello, es necesario recuperar los caminos de la convivencia y no de la fractura, y valorar el patrimonio eclesial y moral católico como magnífico legado de nuestra tradición española.