La difusión de la edición correspondiente a 2012 del informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA), conocida esta semana, se suma a la convulsión que vive el entorno de la docencia en España a cuenta de la LOMCE. En el caso de Balears hay que añadir a tal vorágine el efecto causado por la aplicación del Tratamiento Integrado de Lenguas (TIL) y los recortes presupuestarios y de personal que afectan de lleno a los recursos docentes. Se ha creado una evidente situación de malestar y preocupación que ha desembocado en manifestaciones, huelgas y una incertidumbre permanente en las aulas.

El informe PISA conocido ahora dice que Balears, siguiendo las pautas marcadas en el entorno de todos los países de la OCDE, ha experimentado algunos avances con respecto a 2009, pero sigue permaneciendo en la cola de las comunidades españolas en cuanto a los aspectos analizados, las matemáticas, la comprensión lectora y las ciencias. La media del alumnado adolescente de este archipiélago baja todavía más si se compara con la europea y no digamos si se hace con la de los países asiáticos que han experimentado un fuerte tirón hacia arriba en cuanto a calidad y aprovechamiento docente. Ahora está en boga el éxito del modelo oriental que cuida determinados elementos claves y selectos, mientras entran en crisis planteamientos como el reputado plan finlandés y despuntan las innovaciones incorporadas, por ejemplo, en Canadá. Parece que todo pendula entre la capacidad de apostar por la excelencia y el esfuerzo y los recorridos por los circuitos cerrados de la mediocridad educativa.

El informe PISA tendrá sus defectos, de hecho los tiene, pero bajo ningún supuesto constituye una analítica que se pueda menospreciar. Algunos expertos le achacan un excesivo énfasis economicista en detrimento de ambiciones más amplias y valores íntegros, morales o culturales de la condición humana. En todo caso, a través de PISA hemos conocido cuáles son las diferencias entre centros públicos y privados, el efecto de la población inmigrante en las aulas y, vinculado a todo ello aunque no se mencione de forma explícita, el fracaso y el abandono escolar.

El Govern Bauzá se ha aferrado a la evaluación de PISA para, desde el inmovilismo, parapetarse en sus propias posiciones exclusivas y la comunidad docente, en general, se ha pronunciado en el sentido de que constituye una prueba irrebatible de la urgencia del diálogo y el consenso. Son dos posiciones que, desde hace tiempo ya, se mantienen irreconciliables y que ofrecen un mal pronóstico sobre el devenir del panorama escolar de las islas. Se impone por tanto, de manera imperiosa, un golpe de timón, cambiar el rumbo para llegar al imprescindible plan educativo que, independientemente de su denominación o patronazgo, pueda ser consolidado con eficacia de una vez por todas.

Por mucho que se diga, y los expertos docentes de mayor prestigio inciden en este recorrido, en Educación, más que leyes nuevas, se necesita, antes que cualquier otra cosa, estabilidad, diálogo y consenso. Es decir, todo lo que ahora falta de manera clamorosa. Estamos en un terreno sensible sobre el cual influyen muchas variables y que no puede permanecer a la intemperie de todos los cambios políticos que se presenten. La LOMCE y el TIL son normativas volubles de distinto rango que han nacido con los días contados porque unos las imponen y otros las rechazan bajo promesa de derogación el día que lleguen al gobierno. Se está retrocediendo en vez de avanzar. No se ha partido de la capacidad de entendimiento en beneficio del trabajo bien hecho a largo plazo y de cuanto conviene al progreso de las generaciones futuras.