Cuando estudiaba en Barcelona „lo de estudiar es un eufemismo„ detuvieron a Albert Boadella por haber escrito y escenificado La torna, con su grupo Els Joglars. Al cabo de unos días lo trasladaron al Clínico y de allí, en una trama más digna de Goldoni que del teatro contemporáneo, se escapó y huyó a Francia. Recuerdo cómo llegó la noticia a la Facultad de Derecho y la alegría de todos en el maravilloso edificio diseñado por Sert. Era una mañana gris y la palabra alegría no es aquí eufemismo ni fórmula: es exactitud. Días atrás había empezado a circular la famosa pegatina de la máscara con la porra sellándole los labios y la leyenda Llibertat d´expressió. Entonces no éramos tan cursis, ni tan horteras como ahora y no se les llamaba iconos. Pero aquella pegatina „que no llevé, nunca llevo distintivos„ fue un símbolo más de la época y se ha proyectado en el tiempo de forma que bastantes de los que la han usado después, desconocen lo que es carecer de libertad de expresión. Esto no es Chechenia. El problema es que empezamos a tener la piel muy fina y eso sólo es bueno para las artes amatorias.

Me acordé de Boadella esta semana al leer que quieren juzgar a Bob Dylan por "injurias e incitación al odio". La denuncia la ha puesto la comunidad croata en Francia por sentirse heridos ante unas declaraciones del cantante. Eran estas: "Si tienes Ku Kux Klan en la sangre los negros lo pueden notar hoy en día, igual que los judíos pueden notar la sangre nazi y los serbios la sangre croata". Al leer aquí la palabra croata, cualquiera pensará en la palabra "ustacha" y en todo lo que significa, pero no en la totalidad de la comunidad croata. Cualquiera menos los croatas residentes en Francia, que se han ofendido. Es otro síntoma de piel fina para con los demás. Como lo es que entre Boadella escapándose del Clínico y Bob Dylan a punto de ser juzgado, surjan otros monstruos amenazantes. Uno es el decreto catalán del CAC „Consejo Audiovisual Catalán„ para castigar a quien critique a Catalunya. El otro el anteproyecto de ley presentado por Interior para castigar, entre otras cosas, las ofensas a España o a sus comunidades autónomas (la palabra crítica y la palabra ofensa son, en ambos casos, intercambiables).

Como nunca he ofendido a Catalunya ni a España, ni a Galicia ni al Principado de Asturias, no sé muy bien cómo se hace eso. Imagino que quemar banderas es una manera. O que quemar un retrato del Rey es, según quien lo mire, tan ofensivo como quemar otro de Companys (o de Mas y Junqueras juntos, como en esas fotos que algunos llevaban en el salpicadero del coche en un marquito imantado y con dos círculos donde colocarlas). Todo esto es muy curioso porque quien quema un retrato del Rey se indignaría con quien quemara otro de Companys.

Quiero decir que entre los que no son catalanes estaría más solo el Rey que Companys entre los catalanes y en ambos casos habría miopía política. Porque Companys fue mucho más perjudicial para Catalunya „lo dijeron Cambó o Gaziel, a mí no me miren aunque piense lo mismo„ que el Rey para España e incluso para Catalunya sólo. Pero a lo mejor si yo dijera eso en una radio o televisión, el CAC me multaría de tal manera que sólo podría comer pa amb oli el resto de mi vida, lo cual no es de lo peor que le puede pasar a uno en la vida.

Quemar banderas o retratos es algo que todo el mundo entiende que está feo, pero con estas leyes y decretos se abre la puerta para entrar en sitios donde el Estado o la Generalitat „o quien sea„ no debería entrar nunca sin permiso. Es más, no sólo no deberían entrar sino que deberían proteger la entrada. Recuerden la patada en la puerta de Corcuera y comparen con el borrador de anteproyecto o con el decreto del CAC: aquello, siendo grave, es de risa al lado de esto. Yo creo que nos estamos volviendo locos con tanto control. Nuestra historia es larga en eso: Inquisición, clero, nobleza... siempre ha habido una combinación de poderes dispuestos a que el ciudadano no fuera ciudadano sino súbdito. Y a ser posible atemorizado. Hemos olvidado durante demasiados siglos „o no lo hemos sabido nunca„ que las leyes han de estar hechas para proteger al ciudadano y para que el ciudadano sepa „si nadie se lo ha enseñado„ cuáles son sus deberes de convivencia. Pero de ahí a ir reduciéndolo a una esquina de la Historia donde no poder opinar sin cometer falta o delito, muy buen asunto no es.

Bob Dylan no puede hablar de croatas sin que le persigan como si fuera un chetnik. Y el héroe Boadella de los 70 acabó siendo un apestado en la Catalunya política. Sus críticas al nacionalismo le valieron la excomunión primero y la exclusión después. Y eso que aún no existía el CAC ni su decreto. Pero la corte pujolista y sus aliados no querían bufones. No de esta clase, al menos. Mejor lacayunos y mejor aún si laudatorios con el poder. Ahora veremos qué pasa con esta futura ley del gobierno español, que persigue hasta el botellón. El otro día multaron a un vecino de Barcelona por detenerse a contemplar un cuadro que alguien había dejado junto a un contenedor de basura. Iba a pie y fueron 90 euros. A partir de ahora quizá le metan de 1.000 a 30.000. Lo dicho: todos a comer pa amb oli. Un poco de queso, sólo los domingos. Y el jamón, ni olerlo.