Me acuerdo de un profesor muy irónico, allá por los lejanos años de educación general básica, que cuando los alumnos nos alborotábamos a causa de alguna decisión suya que creíamos del todo injusta, el profesor en cuestión se limitaba a soltar una frase que sonaba a sentencia, y que acabó siendo famosa entre los estudiantes. Ante nuestras protestas, el hombre, impasible y autómata, se limitaba a decir: "las protestas, por escrito y a la papelera." De este modo nos desactivaba, dejándonos fuera de combate. Una frase memorable, además de eficaz. Pues nada más inútil que eso: redactar una protesta cuyo destino es la basura.

De esta forma, el Gobierno, con su tan cacareada Ley de Seguridad Ciudadana, pretende desactivar toda protesta imponiendo unas multas cuyas sumas son de escándalo. Eso sí, ¿quién se va a negar a una ley que propone la seguridad del ciudadano? ¿Quién no quiere sentirse seguro? Sin embargo, tal ley no es más que un decreto para amansar al ciudadano, para hacerle ver que las protestas resultan estériles, que no vale la pena esforzarse, que total no hay nada que hacer. La idea es que vamos hacia un partido único, y tal partido puede ser cualquiera. Un partido que trata de aplacar el descontento mediante multas y amenazas. Nos exigen un comportamiento impecable cuando ellos, a esa pretendida actitud intachable, se la pasan por el forro. Ya no es sólo el PP. Esto afecta a este sistema que estamos padeciendo denominado partitocracia, sucedáneo o variación con apariencia de pluralidad de lo que es un sistema autoritario. Mientras reina la impunidad de quienes roban a mansalva, el gobierno se dedica a velar por nuestra sacrosanta seguridad. El insulto, en forma de ley o decreto, en forma de amenazas o multas astronómicas, se ha convertido en algo más que en un mero insulto. Está siendo ya un abuso, un recochineo, una variante de la humillación más descarada.

Nunca me he creído a quienes les preocupa la seguridad del ciudadano, pues lo que en verdad les lleva locos es el control, la estricta vigilancia del ciudadano y su mansedumbre final. Está claro que tienen miedo, de lo contrario no se defenderían con tanto ahínco. Mientras el país sigue apestando a corrupción, los mismos practicantes del robo se dedican a redactar leyes que tratan de amortiguar o desactivar las protestas a golpe de multas cuyas cantidades estratosféricas harían sonrojar a cualquier gobierno. De ese modo tratan de acallar las voces de protesta, aunque al final las van a multiplicar. El fracaso es evidente. A mayor dureza de la ley, mayor es el fracaso de quien legisla. Dado que los motivos de protesta son demasiado numerosos, la solución consiste en aumentar el castigo para ver si los quejicas se cansan y acaban por abandonar. Un efecto disuasorio que busca el control con la excusa de la seguridad. La táctica es de libro. Pronuncie usted la palabra mágica, "seguridad", y échese una buena siesta, que lo demás vendrá solo. El eufemismo es tan burdo que dan ganas de romper a reír. Después de un país tan ejemplar como es Siria, es España el siguiente país con mayores niveles de corrupción. Allí donde pones el pie, uno pisa mierda. Desde el gobierno central pasando por la actual oposición, sin olvidar los sindicatos, hasta un buen número de presidentes de las ya cansinas comunidades autónomas. Los ERE y los chanchullos a la catalana. Nos están saqueando sin rubor, y también sin rubor alguno nos amenazan con multas impagables si osamos levantar la voz más de lo permitido. Mejor dicho, más de lo que ellos están dispuestos a permitir. Exigen decoro, cuando los menos decorosos son ellos. Sólo faltaría que los políticos pudieran disfrutar de inmunidad y de impunidad. Ambas suelen ir de la mano. Su inmunidad les conduce a legislar impunemente. Otro asunto mucho más delicado y en el que no caben tibiezas de ningún tipo, es la agresión física y el acoso y derribo.

Tal es la pasión por la seguridad ciudadana, en definitiva, por el control al que nos están sometiendo, que incluso los miembros de la seguridad privada pueden intervenir en la zona pública exigiéndonos la documentación. El que vive blindado acaba por perseguirse a sí mismo. El que levanta vallas y concertinas acaba siendo esclavo de la altura y las cuchillas de esa alambrada. Todo sea por la seguridad ciudadana, claro.