Jaume Matas deja, con sus actuaciones y modo particular de obrar, un reguero tan denso a su paso, que se le denotan enseguida las intenciones y los objetivos que persigue. En lenguaje llano diríamos que se le ve el plumero con excesiva facilidad. Esto es lo que ha venido a sentenciar el jurado popular que esta semana le ha oído a él, a su cónyuge, a algunos de sus exconsellers, a un hotelero y a un empresario molestos y comprometidos y a una fiscalía indignada, cansada más bien de que insistan en darle gato por liebre.

Un jurado popular formado por nueve personas que el azar colocó en el cargo, con la superación de todos los tests de imparcialidad a los que fueron sometidos, ha emitido un veredicto inequívoco. Esta es la conclusión a la que cabe llegar porque resulta muy difícil que una decena de personas de procedencia y tendencia diferenciada, que ni siquiera se conocen entre sí, se equivoquen en la misma dirección. Resulta imposible que Jaume Matas sea el campeón del infortunio y la mala suerte. Va convirtiéndose, eso sí, en un coleccionista selecto de condenas por influencia y aprovechamiento personal que él recalifica como errores de pronunciamiento penal.

Pero, si en base a la misma legalidad establecida, aceptamos al jurado como representante y expresión de la calle o de la ciudadanía de la que procede, deberemos admitir también que el expresident oficializa el reconocimiento público de mentiroso y artista consumado -con perdón para el gremio- del engaño. Ha sabido exprimir a conveniencia toda su capacidad de influencia. Ocurrió con los contratos del periodista Alemany y vuelve a pasar con el teórico trabajo de su esposa, Maite Areal, como relaciones públicas del hotel Valparaíso. Se declara al también exministro de Medio Ambiente de Aznar culpable de cohecho por haber exigido, en pleno apogeo de su influencia institucional y política, un regalo de 42.111 euros envuelto en papel de contrato laboral a su mujer Era la esposa del president, han dicho en el juicio el hotelero Ramis y el gestor Martorell. Nunca se había visto currículum tan escueto. Ni tan meritorio.

El jurado ha emitido un pronunciamiento unánime por el que se declara a un Jaume Matas que al conocerlo se ha zambullido en el silencio, culpable de haber exigido el pago mensual de una nómina para su mujer, "que no era más que una prebenda o donación" otorgada sólo a partir de la "ascendencia y capacidad de influencia".

Como las cosas están claras, viene a decir el jurado, no queda espacio para una hipotética suspensión de condena ni para una eventual indulto que el condenado pudiera atreverse a solicitar. El fiscal mantiene los términos de la acusación pidiendo una multa de 9.000 euros para Matas y la devolución del dinero cobrado por su esposa. No se conocen los fundamentos jurídicos de la condena porque esta es tarea del juez al redactar la sentencia pero, conociendo al protagonista y visto lo insinuado por su letrado, está claro que habrá recurso. Importa ganar tiempo y dilatar el proceso. El sentido estricto de la justicia es otra cosa. Matas siempre espera y confía en Madrid.