El caso del cine actual de Woody Allen es el de la pérdida del genio, que un día se va, pero deja detrás una inercia, un aroma persistente, una baba de caracol, un rescoldo en el brillo de los ojos, un regusto, una muesca, una cicatriz. Tocando esa cicatriz es posible revivir la vieja sensación, que regresa ahora como un cosquilleo amable. También es posible que esto sólo le ocurra a la gente que hace un tercio de siglo entabló una conexión mística de baja intensidad con Allen, cuando los tiempos, Allen y nosotros vibrábamos en la misma frecuencia. Una persona a la que conozco, que vivió en NY, cuando sale de una película de este Allen instalado en una confortable inercia dice sentir la necesidad de tomarse un cóctel, en concreto un Cosmopolitan. Los preludios tienen más prestigio siempre, como todas las vísperas, pero donde esté una buena cicatriz que se quiten todos los preludios.