El hecho se repite todas las semanas. En ocasiones dos veces, otras, tres. Alguna, por excepción, no ocurre, pero la siguiente el fenómeno recupera su ritmo, implacable como el ir y venir de un péndulo. Cada semana muere asesinado un hombre en España. Puede ser en la vía pública, pero lo más frecuente es que lo asesinen en su casa, entre sus pertenencias, rodeado de sus objetos cotidianos. Se sabe que cada semana van a asesinar a un hombre, en ocasiones a dos, o incluso a tres. Lo saben los vecinos. Lo saben los medios de comunicación, lo sabe el Gobierno. Hay campañas publicitarias y una consigna se repite: ¡denuncia! Nada cambia. Cada semana asesinan a un hombre. O a dos. Incluso a tres. Aunque también podría ser un niño. Cada semana asesinan a un niño en su casa. A veces asesinan a dos, o a tres en la misma semana, como si el primer asesinato encendiera un reguero de pólvora hecha de sangre. La sociedad lo sabe. Sabe que esta misma semana asesinarán a un niño, o tal vez a un hombre. Lo saben los medios de comunicación y las autoridades. Hay campañas publicitarias: ¡denuncia! Pero, en su propia casa, quizá incluso en la cama que antes compartía con el asesino, alguien muere y va a morir, a manos de la persona que le es más próxima. Y lo sabemos. Y sigue ocurriendo.

El párrafo anterior es el relato de cierta realidad española, aunque el sujeto de cada frase debería ser "una mujer". Morir por el mero hecho de serlo. Parece que ya estemos habituados. Al cambiarlo y referirnos a hombres o a niños quizá haya lugar para la sorpresa. Tal vez así a alguien se le ocurra alguna actuación más efectiva que el machacón "¡denuncia!". Pero el maltrato de la mujer, endémico en todo el mundo, se acentúa en nuestra cultura, donde siglos de machismo han troquelado un reparto de papeles en que a ella le tocaba la pasividad, el "eso lo lleva mi marido". Lástima cuando éste resulta ser un asesino, porque el "mi marido me pega lo normal" ya venía en el contrato. Lo peor es que baja la edad de las víctimas. En los jóvenes sigue vivo ese nefasto gen del "la maté porque era mía", del "mía o de nadie". Quizá si se tratara de hombres o niños a estas alturas se hubiera conseguido algo, como se logró reducir el número de muertos en las carreteras gracias al carnet por puntos. Por ahora la cuenta sigue creciendo, y no basta con un día al año para hacernos conscientes de esta lacra.

Aún colea la polémica del libro Cásate y sé sumisa, de la periodista italiana Costanza Miriano. En su blog, muy revelador, la autora afirma que hoy día "la igualdad del hombre y la mujer es un hecho tan obvio que plantearse siquiera la posibilidad de que alguien pueda ponerla en cuestión es una locura". No deja de sorprender como ejemplo de igualdad el papel que Miriano otorga a la mujer dentro de la pareja: ser un ejemplo de bondad que atraiga hacia el bien al marido, y evitar así que éste saque el Mr. Hyde que lleva dentro. De nuevo la vieja idea de que las mujeres hemos de vivir una existencia vicaria. Ah, y, por esta regla de tres, cuando Hyde salga por lo visto también será culpa de la mujer.