"Los gatos que entran en las jaulas ocultas tienen un destino cruel". Esta frase fue pronunciada por Pedro Morell, actual director de la perrera municipal de Palma (Son Reus), ante varios testigos. Se trataba de una reunión celebrada en el Ayuntamiento de Palma. Una de las pretensiones de los que nos reunimos allí, con el director de Son Reus y con la regidora de Medio Ambiente del Ayuntamiento (Rosa Llobera) era mejorar la gestión de las colonias urbanas de gatos.

Porque resulta que: por un lado, la existencia de gatos en el medio urbano, si está bien gestionada, es positiva, pues su mera presencia ahuyenta otros animales menos deseables por cuestiones de higiene (como cucarachas y ratas). Por otro lado, los gatos callejeros no son animales domésticos abandonados o perdidos (como es el caso de los perros vagabundos). Y no lo son porque en la mayor parte de los casos se trata de gatos silvestres, nacidos en libertad.

La relevancia de esto radica en el artículo 79 de la vigente ordenanza municipal para la inserción de los animales de compañía en la sociedad urbana, el cual establece que cualquier animal de compañía que vaya por las vías públicas sin ir acompañado por una persona, debe ser recogido por los servicios de Son Reus. Pero en el caso de los gatos silvestres (nacidos en libertad), es tan absurdo que Son Reus los "recoja", como lo sería que se pusiera a recoger gorriones (que campan a sus anchas por las vías públicas, volando y todo, sin ir acompañados de persona alguna).

Ahora bien, una gata puede tener de tres a siete gatitos cada cuatro meses, eso son unos veinte gatos al año que, a su vez, cuando tengan seis meses de edad también empezarán a reproducirse. Por lo que no ejercer ningún tipo de control sobre la natalidad puede ocasionar una superpoblación no asumible dentro de la ciudad. Por eso, siguiendo el ejemplo de las ciudades europeas más avanzadas, en muchos municipios se permite la presencia de colonias de gatos, realizando una labor de captura, esterilización y puesta en libertad. De ese modo, el gato continúa en su zona sin ocasionar las molestias derivadas de la superpoblación.

¿Y qué ha hecho el Ayuntamiento de Palma? Pues ha establecido un complejo protocolo, a través del cual si un voluntario se quiere hacer responsable de una colonia de gatos, debe presentar una solicitud ante el Ayuntamiento y, tras una serie de trámites burocráticos, si se "aprueba" la "existencia" de la colonia, el voluntario captura a los gatos, Son Reus los recoge, y, tras su esterilización, se ponen en libertad.

Pero ¿qué sucede con aquellas colonias que no son "autorizadas"? ¿se desvanecen? No, continúan allí, procreando en escalada y causando molestias (peleas para el apareamiento, llantos por el celo y toda la problemática derivada de la superpoblación).

Y ¿qué hace el Ayuntamiento ante las quejas de los vecinos? Apresa a los gatos y, como de conformidad con el artículo 86 de la indicada ordenanza municipal, no se pueden ofrecer en adopción animales de "peligrosidad manifiesta" o "cualquier circunstancia análoga", son clasificados como "no adoptables" por lo que se hacinan en unas jaulas existentes en Son Reus, ocultas al público. Además, en ocasiones, algún gato doméstico perdido es mal clasificado como silvestre, así como algunas hembras a punto de parir (por lo que sus cachorros pierden cualquier posibilidad de ser adoptados, porque no los ve nadie). Posteriormente, son masivamente sacrificados (según cifras reconocidas por el mismo Pedro Morell, ante varios testigos, se sacrifican unos 120 gatos al mes). ¿No sería más fácil dejarse de tanta burocracia y esterilizar sistemáticamente a los gatos?

El otro día supe cómo el Ayuntamiento de Sóller gestiona las colonias de gatos. Allí, ni un solo gato silvestre va a la perrera ni es sacrificado. Son esterilizados de forma subvencionada y puestos en libertad en la zona en la que son encontrados. No existen "protocolos" ni "autorizaciones" para "aprobar la existencia" de la colonia. Sencillamente, quien va al Ayuntamiento y dice que quiere alimentar a los gatos silvestres y ocuparse de su castración, se le facilita una tarjeta identificativa.

He nacido y vivido siempre en Palma, pero mi familia es de Sóller. Eso ha hecho que pase mucho tiempo allí y, cuando era niña, me veía a menudo en el brete de contestar a la pregunta que todos los adultos de mi entorno se empeñaban en hacerme ¿y tú que quieres ser de Sóller o de Palma? Nunca sabía qué contestar, porque me sentía de ambos lugares y temía herir sensibilidades. Pero si ahora yo fuera gato y me hicieran esa pregunta, lo tendría clarísimo. Respondería rauda y veloz: soy de Sóller, e intentaría introducir en la frase alguna palabra con "o" átona, para poder pronunciarla como "u" y así demostrar, sin duda, cuál debe ser mi destino: vivir feliz en mi entorno, en lugar de ser encarcelado en las jaulas ocultas y, posteriormente, sacrificado.