Utilizo el lema que bautiza la plataforma creada contra el proyecto de ampliación del Club Marítimo del Molinar, que supondrá multiplicar por siete la superficie construida añadiendo toneladas infinitas de cemento al mar. Parece mentira, con lo que Mallorca sabe a estas alturas de su historia, que todavía se diseñen monstruosidades como la que pretende llevar a cabo un puñado de ciudadanos, que por el hecho de ser socios de una entidad minúscula parecen arrogarse el derecho de determinar el futuro de todo un barrio y de una capital. Si les dejan, claro está. De momento, el alcalde Mateu Isern debería explicar al resto de vecinos (y votantes) qué bien común está defendiendo cuando apoya en solitario la abusiva propuesta, y no precisamente a ciegas, sino con los informes de los técnicos municipales manifestando dudas clamorosas sobre su impacto ambiental. Isern debe convencernos de las bondades de esa marina hortera plantada en un barrio marinero maravilloso y tranquilo, que todos los palmesanos buscan para su ocio porque está dibujado a la medida de las personas y no del negocio más vil, el que expulsa a los residentes en busca de habitantes ocasionales pero rentables.

Esta misma semana nos ha quedado claro qué les ocurre a los litorales pasto de la especulación: que no hay Dios que los resucite. Por este motivo, el segundo casino ha huido como de la peste de la obsoleta playa de Palma para instalarse en un lugar mucho más cuco, el centro histórico. Otro fracaso que se puede apuntar este consistorio incapaz de insuflar vida a ninguno de sus zombis de hormigón, véase igualmente el Palacio de Congresos que no lo quiere nadie ni regalado. Así las cosas, ¿cuál es la ventaja de construir espigones de 300 metros que destrozarán para siempre la imagen del Molinar? El proyecto que impulsa la directiva del Club Marítimo aleja nuestro bello horizonte medio kilómetro, e interpone entre el atardecer y nosotros un aparcamiento, un restaurante, una cancha deportiva y una piscina. No puede haber nada más paleto en el mundo que colocar una piscina encima del Mediterráneo donde desde hace décadas pescan y se bañan mis vecinos molineros, nuestros niños y todo aquel que lo desee. Los planos no recogen el ruido, la desproporción y la falta de respeto que ese proyecto inflige a una zona modélica de esta urbe. Ningún llaüt precisa semejante refugio tan desmesurado. Los beneficios deben ser muy otros.

El Molinar es el mejor lugar para vivirlo aunque no vivas en él. Lo digo y lo redigo y me lo repiten mis amigos y conocidos que eligen su tranquilo paseo para caminar a un metro del mar, hacer deporte o disfrutar en bici o patines siempre que el tiempo acompaña. "Esto parece el Borne", aseguran los visitantes y refunfuñamos con orgullo los residentes en el lugar precioso y apacible que hoy está en el punto de mira de los destructores de Mallorca. Las pequeñas playitas que han ido apareciendo en el paseo, la ausencia de tráfico, sus calles estrechas, su aroma pescador. Los palmesanos han colonizado pacíficamente este barrio y los turistas de lujo lo buscan a cualquier precio huyendo de las urbanizaciones sin alma que otros municipios les proponen. Una amenaza muy fea se cierne sobre el Molinar. Debería ser pecado y también delito hacer daño a un sitio tan bonito.