Es manifiesto que, ante el problema catalán, coinciden ideológicamente en el análisis las dos grandes mayorías políticas, que discrepan sin embargo en lo referente a la estrategia. Para las conservadores, con Rajoy a la cabeza, la actual fractura entre Barcelona y Madrid tendría como origen principal la crisis económica, de forma que lo mejor para encontrar la solución es esperar a que el paso del tiempo resuelva la recesión y sus huellas de toda índole; para el PSOE y en general para los sectores progresistas, el diferendo es más profundo y responde a causas estructurales, por lo que la solución no sobrevendrá espontáneamente, de modo que será necesario emprender reformas institucionales de calado que ofrecieran un nuevo modelo institucional en el que Cataluña obtenga un acomodo más acogedor.

Tal discrepancia metodológica tiene, como es lógico, su traducción también en Cataluña, donde PP y PSC coinciden en el fondo de la cuestión „no a la secesión y, por supuesto, no también a cualquier propuesta de referéndum que no haya sido pactada con el Estado de acuerdo con las previsiones constitucionales„ y se diferencia en el método: el PP catalán, aunque constreñido por el rigor de Génova, ha insinuado su inclinación hacia una especie de pacto fiscal que renovara el sistema de financiación, en tanto el PSC es firmante de la declaración de Granada del pasado julio que representa la renovación del proyecto federal socialista, en el que Cataluña tendría un encaje más cómodo que el actual. Y las decisiones adoptadas por el PSC este pasado fin de semana marcan la raya que separa a esta formación de los nacionalistas.

Mientras se producen estos debates, que se superponen a la búsqueda febril del camino de la independencia por parte de la mayoría nacionalista que controla la Generalitat, Rajoy aplica su método preferido, la pasividad ante los incendios, que ya le ha dado buenos resultados en alguna ocasión (la del rescate europeo es la más evidente: resistió las presiones de quienes pretendían que lo solicitara "cuando aún era tiempo", y la realidad ha sido que tal resistencia nos ha ahorrado un trago muy amargo). Ahora, el método es sin embargo más complejo pues incluye una singular delicadeza en el trato hacia Cataluña, para evitar roces que encrespen los ánimos, así como una cierta pedagogía en forma de recordatorio de las reglas de juego constitucionales. El domingo, sin ir más lejos, Rajoy volvió a recordar dónde se halla en España la residencia de la soberanía.

En el trasfondo de este proceso, ya en la sociedad civil, el debate es bien poco encendido, como ya viene siendo habitual en este país (no existe un verdadero debate intelectual que acompañe al proceso político como sí ocurre en viejas democracias como Estados Unidos, Reino Unido o Francia). Una de las pocas voces resonantes que se han escuchado al margen del sistema de partidos ha sido la del catedrático José Luis García Delgado, presidente del Círculo Cívico de Opinión, quien, en un artículo cuasi institucional en pos de un compromiso de regeneración democrática, manifestaba hace unos días que la regeneración del país "debe comprender [inevitablemente] reformas constitucionales de envergadura, en particular para abordar el tema catalán y vasco".

En definitiva, la reforma constitucional aparece hoy como medida en reserva, que quizá no termine de madurar en esta etapa de gobiernos conservadores pero que a la postre tendrá que rubricar antes o después los pactos que se alcancen sobre la transfiguración del Estado de las autonomías y su financiación.