Una gran mayoría de familias analizan la elección académica de los jóvenes estudiantes en función de resolver el futuro ocupacional. Vamos, que sirva para ganarse las habichuelas, lo que no es insensato ni indigno. Una serie de circunstancias históricas han creado un panorama adverso a esta expectativa. La tasa de paro juvenil en 2013, llega a una cifra dramática del 57,2% y el gobierno comunica que, al menos hasta fin de año, no habrá creación de empleo. Estas cifras se refieren a la totalidad de la población joven. Sin embargo hay indicios de que el fenómeno es mayor entre los graduados universitarios. En abril de este año, la prensa publicó datos que indican que la desocupación entre los graduados universitarios ascendió del 23% al 41%.

De hecho en los últimos años ha reaparecido el fenómeno de la emigración con la novedad histórica de que antaño España exportaba trabajadores manuales y no especializados, ahora lo hace con científicos y profesionales. Hay más factores, menos circunstanciales y más ligados a cambios históricos y estructurales de la sociedad actual que aumentan este panorama.

Entre ellos, el fin del estado de bienestar, el cambio en los sistemas de producción impulsados por las nuevas tecnologías y la robótica, contribuye a la declinación del estatus del graduado universitario y la demanda de sus servicios. Todo esto llevaría a vaciar de sentido el gigantesco esfuerzo vital y económico que representa para un joven y su familia un proyecto académico.

Esto sería así si se pensase solo en términos de lo que podríamos llamar utilidad directa, pero sería un error pues la universidad no solo informa sino que, fundamentalmente, forma. Cuando se aprende, es tan o más importante el aprender a aprender que lo aprendido. A igualdad de desconocimiento específico, un ingeniero tendrá más capacidad para cortar un simple jamón racionalmente.

Un arquitecto relatará un paseo urbano desde otra mirada que la de otra persona como si de dos recorridos distintos se trataran y tendrá más elementos e información al disfrutar y analizar la estética del mundo que lo rodea. Un abogado o un filósofo, tendrán una mayor riqueza de matices y elementos para enfrentar la vida personal, las relaciones sociales o analizar la actualidad política, pero eso no es todo. Más importante es que todos ellos habrán aprendido a entregar y recibir información y a distinguir mejor cuando un argumento es consistente. El contenido académico de cualquier carrera condensa siglos de la evolución del pensamiento humano. Lo aprendido, es decir, el contenido de la enseñanza, tiene valor más allá de quienes diseñan un currículo de estudio.

En la inspirada observación de Isaac Newton, permite al estudiante, así sea un enanito, pararse en hombros de los gigantes que lo precedieron y quizás, poder llegar más alto. La capacidad cognitiva incluye factores como el entrenamiento en análisis de situaciones complejas, la habilidad para organizar la visión de la realidad, la resolución de problemas y un larguísimo etcétera. Más aún, hay crecientes coincidencias entre psicólogos e investigadores de neurociencias de que la capacidad cognitiva y operacional de la mente se asemeja a un músculo en el hecho de que el entrenamiento favorece su capacidad. Como dice un refrán: la función hace al miembro, o usar la mano hace escribano.

Por todo ello, y aún asumiendo la mayor incertidumbre que hoy enfrenta un estudiante, el tránsito por la universidad debería seguir siendo una alternativa a considerar aún sin las garantías de rentabilidad directa.

* Psicólogo clínico