Quienes estén dispuestos a luchar por la transparencia internacional, contra la avidez escrutadora de las grandes potencias que no tienen escrúpulos en ampararse en el secreto para violar la legalidad, ya saben a qué atenerse: el soldado Manning, de 25 años, que entregó más de 700.000 documentos reservados del Pentágono y el Departamento de Estado a la organización Wikileaks, que los difundió a los cuatro vientos, ha sido condenado por ello a 35 años cárcel por violar la ley del Espionaje, que data de los tiempos de la Primera Guerra Mundial, y robar propiedad gubernamental, como principales cargos.

La sentencia, alejada de la cadena perpetua que le hubiera podido corresponder a Manning si hubiera prosperado el cargo de favorecer al enemigo, es sin embargo desproporcionada. De hecho, es la más alta que se ha impuesto a un soldado norteamericano por abusos o crímenes en Irak o Afganistán (Manning filtró, entre otro material, los vídeos que mostraban a helicópteros militares estadounidenses disparando a grupos de personas civiles, con niños incluidos). Por ello, el fallo ha sido interpretado como un éxito del Gobierno norteamericano, interesado en disuadir a los apóstoles de la transparencia dispuestos a realizar revelaciones. Y es además un aviso de lo que puede sucederles al promotor de Wikileaks, Julian Assange, en cuanto abandone su actual refugio, la embajada de Ecuador en Londres, y a Edward Snowden, el filtrador de la agencia NSA de espionaje electrónico, actualmente refugiado en Rusia.

Lo curioso del caso es que el progresista Obama llegó a la Casa Blanca, en 2009, enarbolando la causa de los filtradores „los whistle-blowers en inglés„, que en los últimos tiempos fueron elementos decisivos del equilibrio democrático norteamericano. Acaba de recordar La Vanguardia que por aquellas fechas, sólo tres "filtradores" habían sido acusados mediante la citada ley de Espionaje por divulgar secretos de estado: la más reconocida era Daniel Ellsberg, el filtrador de los "papeles del Pentágono", la historia secreta de la guerra de Vietnam, a principios de los setenta; finalmente, el juez retiró los cargos contra Ellsberg por la "conducta impropia" de la presidencia en tiempos de Nixon. Y desde el 2009 han sido acusadas otras siete personas, entre ellos Manning, Assange y Snowden. Obama pasará en definitiva a la historia no como el liberal que da pasos a favor de la siempre difícil transparencia de una gran potencia sino como todo lo contrario: el presidente que abortó con enérgica inclemencia la labor más o menos quijotesca de quienes decidieron arriesgar su integridad para poner fin a unas prácticas ilegales, viciadas e inmorales del poder.

En los Estados Unidos está habiendo un debate social interesante sobre si estos personajes singulares son en realidad whistle-browers, idealistas dispuestos a luchar por el principio de legalidad y acreedores por tanto a una defensa social encendida por parte de los sectores progresistas, o si, por el contrario, han de ser considerados simples espías, capaces de arriesgar la seguridad de sus compatriotas. Es obvio que en estas espinosas materias predominan los tonos grises sobre el blanco y el negro pero resulta difícil encasillar a estos luchadores por la verdad en el epígrafe de los traidores vendepatrias.

Más bien parece que tengan razón quienes atribuyen la dureza de Obama a su deseo incontenible de ganarse el aprecio de las instituciones de seguridad norteamericanas, que siempre le consideraron un presidente débil y poco patriota. En definitiva, la presidencia de Obama, que es la historia de una esperanza fallida, tendrá que cargar con otro baldón a la hora de sufrir el contraste con la historia.

*Twitter: @Apapell