Pues claro que sí. Pues claro que hay que quitarle el premio Príncipe de Asturias de los Deportes a Yelena Isinbayeva por haber apoyado públicamente las leyes rusas que discriminan a los homosexuales. No hace falta ser el Premio Nobel de la Paz Barack Obama y haber pinchado clandestinamente los teléfonos de millones de ciudadanos de todo el mundo para saber que las declaraciones de la atleta tachando de "anormales" a los gais han causado consternación y escándalo en las personas que respetan los derechos humanos. Todos los derechos humanos, no solo algunos. En 2009, el jurado que prefirió a la pertiguista explicó su decisión por la "ejemplaridad de su vida y su obra". Como no creo que quienes defendieron su candidatura se refirieran con "ejemplaridad" a su forma de coger el palo y echar a correr para saltar, o a su forma de desplomarse sobre las colchonetas, sino a los valores de generosidad, superación y humanidad que adornan a la persona y a la deportista de élite, cabe deducir que se equivocaron y no investigaron bien. A lo mejor votaron de oídas y no entienden el ruso. O quizás hay una plantilla de acta que se rellena de año en año cambiando solo el nombre. Porque no merece precisamente un galardón quien afirma: "Si permitimos que los gais promuevan y hagan todo lo que les venga en gana en la calle, estaríamos muy preocupados por nuestro país, porque nos consideramos gente normal".

Como mucho se merece una Currutaca, aquel premio que se inventaron los añorados humoristas Tip y Coll para el metepatas de la semana. Por no decir que se ha ganado una patada en la boca, como las que los homófobos rusos (también conocidos como "gente normal") propinan sistemáticamente a los homosexuales sin que nadie investigue agresiones que muchas veces acaban en asesinatos. Pero no. Aquí no somos violentos. Aquí somos tolerantes con casi todo, menos con las tonterías ajenas que siembran el odio al diferente e incluso lo fomentan. Una cosa es tener un líder carismático como Vladimir Putin, encantado de dejarse fotografiar vestido de camuflaje, con sus bíceps chorreando y su exceso de testosterona, y otra sancionar una ley que prohíbe "la propaganda que apoye orientaciones sexuales no tradicionales", o la "promoción de la homosexualidad entre los menores de edad", como ha hecho Moscú. Isinbayeva y sus estúpidas palabras de apoyo al jefe no merecen un reconocimiento, ni que sea indirecto. Sí se lo daría yo, por el contrario, a las atletas rusas que en el reciente Mundial se pintaron las uñas con la bandera del arco iris. Contra ellas iba la "ejemplar" pertiguista. Saltando por encima de la digna postura de sus compañeras y de las libertades de sus conciudadanos homosexuales para caer cómodamente en brazos de su gobierno y de las ideas más retrógradas.

De momento, la Fundación Príncipe de Asturias no se ha planteado quitarle su honor a la homófoba rusa. En estas instituciones son especialistas en mirar a otro lado, a ver si escampa. Y luego está el engorro de buscar una alternativa a quien dárselo. Los ciclistas quedan descartados, así en pelotón, por motivos obvios relativos a su afición por las sustancias prohibidas. Marta Domínguez, que quedó finalista en la votación que venció Isinbayeba, tampoco parece una opción mejor. Los futbolistas últimamente andan poco ejemplares con Hacienda. En fin, a ver como acaba el juicio del paralímpico Oscar Pistorius por el presunto asesinato de su novia, que sus logros profesionales no han de verse empañados por circunstancias de la vida, ¿no?