En contra de las apariencias, lo que la política y la malversación separó, lo vuelve a unir la práctica procesal. Jaume Matas y Maria Antònia Munar están otra vez, de forma irremediable, unidos bajo un mismo destino. Su respectiva reacción de ayer, ante las sentencias que les afectan, así lo acredita. Si atendemos a sus palabras, no queda espacio para la duda. Son víctimas del sistema, de "una causa general" dice Munar y de la "desinformación" asegura un Matas que se esfuerza en convencerse de que no hay más verdad que la que emana de su criterio. O de su conveniencia. Para acabar de adornarlo, entre la ráfaga de sudorosos titubeos emitidos ayer en Colònia de Sant Jordi, halló espacio para hacer ver su infortunio al obtener una absolución -cómo si el tráfico de influencias fuera cosa de poca monta- en "el peor momento social posible". Teme que "los graves problemas de la gente" puedan inmunizarla frente a la compasión y la solidaridad que él merece.

Mallorca, por lo visto, no es tierra para impartir justicia y por eso, como dice Matas, los tribunales se equivocan en territorio insular. Lo sabe bien su letrado que no tiene reparo en servirse de la insolencia para descalificar a la Audiencia Provincial. A Mallorca, sobre todo en julio, se viene a entregarse al ocio.

Dejaremos pues de preocuparnos de Matas y Munar y empezaremos a hacerlo por la quiebra del sistema porque esta es la verdadera condena del conjunto de sentencias emitidas y comenzadas a ejecutar ayer. ¿Qué ha sido de la confianza que debe emanar de las resoluciones judiciales que afectan a los cargos públicos? Se ha dilapidado por completo si atendemos a las primeras reacciones, más allá de los imputados, claro está. Munar, a expensas de que Anticorrupción logre hoy su ingreso en prisión por sumar la condena de Can Domenge a su colección particular, siempre unida a Jaume Matas, intentará seguir sus pasos y frutos en el Supremo. Alemany, sin tanta fortuna que el lector de sus discursos, también apelará hasta el infinito si es necesario. Buils ya sabe que el primer aleteo del Voltor le ha llevado a la cárcel y Miquel Nadal está a punto de emprender el mismo vuelo, corto y bajo. Nada de la exuberancia de las avionetas. ¿Seguro que lo visto y decidido ayer no es fruto de una alucinación veraniega? La crisis de identidad se ha vuelto mayúscula. Este archipiélago no puede reconocerse ya en sí mismo. Mucho menos en quienes han sido sus dirigentes.

El Tribunal Supremo dice que, en el caso de Matas, no se ha respetado de forma suficiente la presunción de inocencia y que han sobrado las suposiciones. Un principio fundamental del derecho penal es el de no condenar a nadie sin hechos probados. ¿Hasta qué extremo? ¿Con qué vara de medir? Lo planteamos porque prevalece una duda mayor que también mantienen los fiscales de Palma y Madrid, la de saber la intencionalidad de las decisiones, su validez de servicio público y el uso de los dineros desviados o directamente evaporados. Hubiera sido tan fácil como restituirlos al lugar de origen para hacer brotar los primeros brotes verdes de confianza hacia una política y justicia que, por lo menos a gran escala, acaba y empieza en idéntico punto.