El secretario general de Unió Democràtica y portavoz de CiU en el Congreso de los Diputados, Duran Lleida, ha pedido a Rajoy que lleve a cabo delicadas maniobras de seducción hacia Cataluña, en vez de proseguir con sus medidas recentralizadoras, y que autorice en ese marco comprensivo el referéndum que le reclaman los catalanes. Todo ello a semejanza de la estrategia que lleva a cabo Cameron con respecto a Escocia, y que de momento ha conseguido reducir significativamente la tasa de independentismo que se refleja en las encuestas.

Tiene sentido la primera parte de la recomendación porque hay quien piensa que el conflicto catalán que ahora está en lo más alto de su inflamación surgió de la segunda legislatura de Aznar, en la que su mayoría absoluta permitió al presidente español endurecer el tono y exacerbar a la sociedad catalana, que se refugió en las propuestas antisistema de Esquerra Republicana, que desde entonces consiguió una eminencia y un protagonismo que no han cesado de crecer, como si la buena salud de esta organización genuinamente independentista fuera el termómetro inverso de la sensibilidad de Madrid. En cualquier caso, parece cierto, como Duran señala, que el principal problema que hoy enturbia la relación bilateral es el rudo enquistamiento de las posiciones respectivas, la falta de tacto en la relación bilateral, la hosca displicencia con que se hablan ambos interlocutores.

Por parte de Madrid, las negativas frontales a los ultimátum de Barcelona, basados en un conocido memorial de agravios que sin duda contiene algunas demandas razonables (y otras no), describen la peligrosa incomunicación en que nos movemos. Por más que el Gobierno, poco expresivo, haya iniciado sin embargo movimientos adecuados para resolver una de las razones de fondo del desentendimiento: la financiación autonómica. El cálculo de las balanzas fiscales por el Ministerio de Hacienda es en cierto modo presagio de que se tendrá en cuenta una razonable exigencia de equidad planteada sin éxito por Cataluña desde hace más de una década.

Por parte de Cataluña, el independentismo ha adquirido una deriva sectaria que está desembocando en la más torticera demagogia. Y como muestra, un botón: el simposio "España contra Cataluña: una mirada histórica (1714-2014)", organizado por el Centro de Historia Contemporánea de Cataluña y la Sociedad Catalana de Estudios Históricos, con el patrocinio expreso de la Generalitat de Cataluña. El evento se divide en los siguientes capítulos: "La represión institucional, política y administrativa"; "La represión económica y social"; "La represión cultural y lingüística" y "El Exilio". Con este "amistoso" repertorio, que sugiere que "España" ha reprimido secularmente a "Cataluña", forzando al exilio sistemático a los más conspicuos "patriotas", ¿cómo se puede pedor acto seguido que el Estado español ponga en marcha una operación de seducción? ¿No habría que reconocer primero la necesidad de situar el conflicto en sus justos términos y de darle sus proporciones reales, antes de atribuir culpas y responsabilidades a la deriva del contencioso?

Haría bien Duran Lleida en moderar también a sus conmilitones al mismo tiempo que pide cordura y sutileza al teórico adversario, para detener este absurdo proceso de "construcción del enemigo" que se está llevando a cabo en Cataluña, conforme a las más conocidas técnicas de reconcentración nacionalista, que, de seguir como hasta ahora, pueden volver definitivamente insoluble del problema.