Hay palabras unidas a un acto reflejo. Uno escucha lobby y se lleva de inmediato la mano a la cartera, o a la faca, si hay que defenderse. Esto en España es muy común. Y no sólo por ser ésta tierra de navajas y tradicionales industrias cuchilleras, sino por la ignorancia y la pereza regulatoria. Leo en un digital una noticia que pasa desapercibida, y que nadie desmiente. El reforzamiento progresivo de la figura política de Soraya Saénz de Santamaría ha hecho que Rajoy delegue en ella las relaciones y los contactos con los presidentes y máximos ejecutivos de las empresas del Ibex35. Algo similar publicado en Estados Unidos llevaría ante un tribunal de justicia al vicepresidente, a los empresarios, y quizá también a Obama por autorizarlo. La primera legislación sobre grupos de presión o influencia aprobada en Washington data de 1945. Pero aquí vamos con un poco de retraso en cuestiones de transparencia.

Es esa opacidad y la falta de regulación la que genera el prejuicio. Y hay que decir que ese recelo a menudo está justificado, pero no siempre. Dicho de otro modo, la capacidad de influencia de los lobbies empresariales también puede beneficiar a quienes no tienen intereses económicos en un asunto, y no reconocerlo es sectario y miope. El lobby por excelencia en Balears, el que nos brindaría una historia perfecta para hacer una serie local al estilo americano, es el de los hoteleros. Y como en todos estos asuntos nos seguimos moviendo entre brumas, llegas a escuchar historias que los guionistas yankis rechazarían por exageradas. Para algunos, la potencia de fuego de nuestros empresarios turísticos es de tal alcance, que no sólo el Govern les ha hecho una ley a su medida desde el primer al último artículo, sino que el disparo ha rozado también las pobladas pestañas del ministro de Justicia en Madrid. Según esta teoría, Gallardón también se habría acojonado, y les habría acomodado la nueva Ley de Arrendamientos Urbanos para prohibir los alquileres turísticos de pisos y apartamentos particulares. Impresionante.

Yo creía que habíamos llegado a un consenso: la crisis no puede servir de justificación para todo. Pero al parecer hay excepciones, porque los rendimientos de estos alquileres, la mayoría en dinero negro, suponen un alivio para algunas economías domésticas, que no parecen ser las más castigadas al disponer de dos o más inmuebles en propiedad. Como mínimo, este es un argumento delicado de manejar. Empezamos por aquí y al final, si vamos apurados a final de mes, tampoco cotizaremos a la Seguridad Social ni pagaremos el IVA. Cuestión de prioridades, o de supervivencia.

Pero no es esto lo que más me ha sorprendido. Aquí nadie ha dicho una palabra, o yo no la he escuchado, sobre la difícil compatibilidad entre el alquiler turístico y el uso de vivienda habitual. Leo las declaraciones del alcalde de Manacor, por ejemplo, hablando de este "turismo familiar", y pienso que me estoy haciendo muy mayor. Porque me cuesta entender que un espíritu joven como el de Toni Pastor no se haya percatado nunca de esas hordas humanas con camisetas fluorescentes y lemas impresos del tipo "Peter se casa y ya no follará más", o también "Maggy no llega virgen al altar". Cuadrillas de litrona y gorras coronadas con enormes penes, dispuestas a pasar un pacífico fin de semana conversando sobre la literatura rusa del XIX. La proliferación de arrendamientos on line entre particulares, o a través de agencias virtuales (en muchas ocasiones, un tipo desde su casa con un ordenador y un software para ello) ha destrozado la convivencia entre propietarios que residen de manera permanente en un edificio de apartamentos, e inquilinos que entran y salen por espacios cada vez más cortos de tiempo. Y es lógico. Si un grupo de personas viaja tres días a celebrar una despedida de soltero/a y alquila un apartamento sin ningún tipo de vigilancia o control, resulta comprensible que el deterioro de las zonas comunes y el respeto a las normas comunitarias no figuren en los primeros puestos de su lista de preocupaciones. Este perjuicio no sólo lo sufre el privilegiado que reside en primera línea de mar o a los pies de un campo de golf. También afecta al camarero que se levanta a las cinco de la mañana para cumplir con su turno de trabajo en un hotel de la zona, y que no pega ojo porque sus vecinos temporales están en otra historia. Todo ello sin entrar en la brutal pérdida de valor de unos inmuebles adquiridos con anterioridad a la barra libre del alquiler turístico por internet. Son ejemplos de un colectivo que no dispone de lobby, pero al que imagino muy agradecido por esa manía tonta que les entra a algunos por defenderse de la competencia desleal.