En la sociedad y los servicios públicos del mundo actual, los símbolos y los iconos, los objetos representativos con mensaje propio, constituyen el referente. Elementos y grafías sencillas con capacidad para transmitir un mensaje claro que alerte de un peligro o, por el contrario, certifique la calidad de una instalación o un servicio determinado.

Tras la primavera más incierta que nunca, acabará llegando el verano y las miradas y los pasos se encaminarán hacia las playas en las que, entre otros estandartes de color vario en función de la amabilidad del viento y el oleaje, ondean las banderas azules que vienen a representar la solvencia del conjunto de los servicios públicos del lugar.

Este año, las playas y puertos de Balears dispondrán de media docena de banderas azules menos que en la temporada precedente. Así lo ha decidido la Asociación de Educación Ambiental y del Consumidor que regula las concesiones del distintivo. Aún con la clara perspectiva de una temporada a rebosar en cuanto a ocupación hotelera, parece ser que la crisis económica y la aplicación, prácticamente sistemática, de los consabidos recortes de la Administración han acabado siendo determinantes en la merma de las banderas azules en el litoral balear. Es una circunstancia sobre la que cabrá hacer especial hincapié porque se produce a la inversa de lo que ocurre en el conjunto de España. En general, la costa peninsular y canaria albergará más banderas azules que en 2012.

La rivalidad y la comparación regional importarían menos si con ello no se transmitiera el mensaje, todo lo superficial que se quiera, pero real, de que las playas de este archipiélago pierden calidad de servicio. Esta es la primera lectura que hace tanto el turista como el usuario local, si bien también es cierto que el mismo veraneante tiene conciencia clara de que en la Mallorca con sólo 31 mástiles de bandera azul, perduran playas sin enseña alguna que siguen constituyendo verdaderos paraísos naturales. Eso, pese al ´interés turístico´ urbanizador del Govern.

Los ayuntamientos, parcos de capacidad inversora, se muestran ahora reacios a contratar un segundo socorrista para sus playas. Tal circunstancia ha provocado de inmediato que se arriaran menos banderas azules de las previsibles y deseables. Si a ello añadimos aún que, según la misma Asociación de educación Ambiental, más de la mitad, el 63%, de las muertes que se produjeron el año pasado en las costas de toda España, acaecieron en lugares sin bandera azul, cabrá interpelarse sobre la conveniencia de revisar la situación actual o la oportunidad de implicar más a la iniciativa privada en la garantía de los servicios que se ofrecen a los usuarios del litoral público.

Deben planteárselo, sin ir más lejos, los hoteleros y sus cordiales rivales de los servicios complementarios porque en ello también les va una porción sustancial del negocio. El sistema de control y difusión de la calidad de las playas requiere mayor complicidad y coordinación entre la iniciativa privada y la pública. Un socorrista de más o de menos puede ser determinante para salvar una vida y de forma implícita también para mantener el atractivo y las garantías de servicios de la primera y cai única industria mallorquina. Todos, sin excepción, tenemos algo que ver en todo ello.