El bar Bruselas, en los 70, abría todas las tardes con Le Métèque y cerraba, de madrugada, con Ma solitude, ambas primeras canciones de la cara A y la cara B del más conocido LP de Georges Moustaki. Mientras tanto, Margalida ponía orden en la cocina que había junto a la barra „sus raoles de servell eran las mejores de Palma„ y Joan „que había sido portero en el RC Alfonso XIII„ leía la Última Hora, que entonces era un diario vespertino. Podría decir que con Moustaki hubo un par de generaciones que nos enamoramos, pero no es cierto. Con Moustaki estábamos enamorados. No diré nombres. La lista de participantes „cada pareja en su sofá y a lo suyo„ es considerable en distintos aspectos, no sólo en el número.

Luego estaba lo que algunos llaman magia. El bar era el Bruselas, había frescos flamencos con pajares y campesinos pintados en las paredes y los asientos eran de piel de vaca, blancos y negros. Quiero decir con esto que el ambiente no era, digamos, mediterráneo: estaba siempre a media luz y cuando se acababa el disco de Moustaki empezaba la música de jazz „Sony Rollins, Chet Baker, Miles Davis€ Y sin embargo aquel comienzo a las siete de la tarde y su final entre las dos y las tres nos recordaban a todos que esto „el sirtaki, el meteco, la alianza entre pensamiento y poesía, el individualismo sólo roto para el amor, cierto sentido de la melancolía y cierta vocación de felicidad en compañía€„ era el Mediterráneo. El Bruselas adquiría entonces una luz distinta. El Bruselas y nosotros, y no sólo porque fuéramos jóvenes.

Moustaki había nacido, como Cavafis, en una familia griega (en su caso judía) de Alejandría la egipcia. Tenía seis años cuando la primera bomba de aquella guerra que había empezado con la invasión de Polonia, cayó sobre la ciudad. Subió al terrado con su familia para ver una casa en llamas. No había cumplido los veinte cuando abandonó Alejandría „otra diferencia con Cavafis„ y se instaló en París para convertirse en un parisino del Mediterráneo. Como Cossery. Desde allí viajaba frecuentemente a Bruselas para tocar el piano en un bar llamado La Rose Noire. De La Rose Noire de Bruselas al Bruselas de Palma, pasando por los brazos de la Piaf. El mundo se quería sin fronteras y aquellos que escapaban de las viejas colonias „fuera cualquiera el color de su piel„ aún creían que la libertad tenía nombre europeo. Años después vendría al Auditorium, sonriente sobre el escenario como un muchacho de barrio alejandrino, seductor como una cítara, con la voz del fumador y los ojos de quien no engaña porque no promete más de lo que da. No sé que canción resume de mejor manera el mar de Homero, pero sin él nunca habríamos sabido que Grecia acaba en Turquía y que parte de la voz materna está en Oum Kalsoum. O que el amor hablaba en francés, sí, pero con acento de meteco.