A primeros de los 90 fui durante algunos años vecino de Maria Antònia Munar. Ella todavía residía en su antigua vivienda, dónde muchas mañanas la recogía un vehículo oficial, pudiendo observar yo la escena desde la ventana de mi despacho situado justo enfrente. En una ocasión coincidimos por casualidad en un taller de cambio de aceite, lavado y puesta a punto de vehículos, sito muy cerca de allí. Yo había llegado antes y estaba explicándole al dueño lo que necesitaba que revisara de mi coche (un pequeño utilitario de segunda mano con bastantes años y aún más achaques) cuando de repente llegó ella: al volante de un flamante descapotable de una lujosa marca alemana. El efecto fue instantáneo: de pronto debí volverme no solo invisible sino también insonoro, porque el individuo me dejó plantado allí con la palabra en la boca, y se dirigió servilmente (casi rebotando) hacia la recién llegada. Ella, sin intercambiar más que un par de monosílabos con el semi genuflexo sujeto, le dejó las llaves displicente y pasó por mi lado casi rozándome pero sin parecer verme siquiera (aunque en el taller en ese momento no había nadie más aparte de nosotros tres). No me extrañó: supongo que para ella yo no era más que un insignificante pipiolo que intentaba abrirse paso en la vida estúpidamente como profesional autónomo y que había desaprovechado voluntaria e intencionadamente las variadas ocasiones de meterme en política que se me cruzaron en la facultad (la misma en que ella estudió). Vamos, un tipo raro (o, como mínimo, "sospechoso" para los cánones de la época). Respecto al tipo del taller, en cuanto la insigne política se hubo ausentado, se volvió hacia mí, solícito, sonriendo obsequiosamente y diciendo "como usted comprenderá tenía que atenderla a ella primero". Me marché sin contestarle y, por supuesto, nunca volví.

Me he acordado de Maria Antònia Munar en los últimos tiempos por motivos obvios. Pero también a causa de una serie de noticias firmadas por Antoni Oliva en Diario de Mallorca sobre el trote balear. Porque la citada dirigente fue una constante impulsora de dicha actividad (sobre todo desde el Consell Insular de Mallorca). Sin embargo, por las preocupantes aristas (dinero en juego, dopaje, y hasta violencia gratuita) que van apareciendo en las noticias, parece que algunas de las actuales circunstancias que rodean al trote podrían también servir hoy de inspiración al director Martin Scorsese para realizar una de esas grandes películas de su género favorito.

La penúltima: la muerte a golpes de un caballo el pasado 30 de diciembre en el interior de una cuadra del hipódromo de Manacor después de que el animal perdiera una carrera. Actualmente el asunto está en fase de instrucción judicial, intentando que se delimiten las posibles responsabilidades: autoría real (porque también hay quien en ocasiones asume culpas en exclusiva simplemente para evitar que ciertas penas muy específicas „por ejemplo, "inhabilitación para el ejercicio de profesión, oficio o comercio que tenga relación con animales"„ recaigan sobre aquellos a quienes más pueden perjudicar), posibles cómplices y/o encubridores. Ya se verá lo que resulta de dicha investigación, confiemos que fructífera. Pero lo que de entrada resulta curioso es que nadie pusiera los hechos en conocimiento de la autoridad policial o judicial; y que el SEPRONA (Guardia Civil) sólo pudiera tener conocimiento de la muerte brutalmente violenta de Sorki (que así se llamaba el caballo apaleado hasta la muerte) gracias a la noticia que varios días después publicó este periódico, firmada por el citado Antoni Oliva. ¿Es que nadie se enteró en el mismo hipódromo de lo que había sucedido? ¿Ni tampoco de que el cadáver de un caballo (de media tonelada) era sacado de dicho recinto para ser enterrado en una finca cercana?

La última: hace unos días un control aleatorio detecta que una exitosa yegua ha sido dopada con una sustancia prohibida. Algunas de las personas que rodean el asunto „vinculadas directamente al animal„ son las mismas del caso anterior. Ipso facto se impone una sanción mínima para una falta que, sin embargo, deportivamente „según informa Oliva„ es calificable de muy grave. Y surgen más preguntas: ¿Alguna autoridad deportiva ha dado cuenta al SEPRONA o al juzgado de guardia de la posible comisión de un delito de maltrato a los animales? ¿Es decir, han denunciado los hechos? ¿Y el Colegio de Veterinarios de Balears ha tomado cartas en el asunto en defensa del bienestar de ese caballo „y de otros caballos en situación similar„ por el daño que les causan unas sustancias tóxicas que vienen a agravar el terrible sobresfuerzo que se les exige para que den dinero a sus propietarios ganando carreras a toda costa? (y no hablo de los veterinarios como colectivo, varios de los cuales han mostrado interés particular por lo que está sucediendo; me refiero concretamente a su colegio oficial).

Demasiadas preguntas y, por ahora, pocas respuestas en una actividad deportiva cuyos aficionados honestos „que los hay„ merecen un respeto; como también lo merecen „junto a un buen y digno trato„ todos los caballos utilizados en la misma. Pero mientras tanto, Mister Scorsese: no sea tonto y venga, que aquí tiene una mina.