Sin la menor conturbación por el hecho, cuando menos insólito, de que el jefe de la trama Gürtel, corruptor de grandes zonas de la política española, hubiera pagado más de cinco millones de pesetas de la factura de la boda de su hija, el expresidente Aznar se erigió este martes en nuevo jefe de la oposición de este país.

Desvaído el Partido Socialista y con problemas para enjaretar un discurso a la vez posibilista y fiel a las esencias de su ideario progresista, Aznar se ha convertido en el órgano de escrutinio y control del Partido Popular y del Gobierno, ambos liderados sobre el papel por Mariano Rajoy, su criatura, ya que fue expresamente designado por él para ambas tareas.

Con entonación solemne, cargada de invocaciones patrióticas, Aznar recordó a Rajoy su programa incumplido y le afeó „con palabras duras para Montoro„ que no haya bajado impuestos en vez de subirlos, con lo que ha desairado a su clientela natural, la clase media. Diríase que está molesto porque sus epígonos no han sabido gestionar la herencia recibida de sus manos, bien es verdad que tergiversada por el PSOE en los ocho años que mediaron entre uno y otro, olvidando de plano que fue aquella ley del Suelo de 1998 la causa principal de la monstruosa burbuja inmobiliaria, cuyo estallido ha destruido el 15% del aparato productivo y del PIB.

No hace falta decir que el amago alucinante de regresar a primera línea, al frente del sector más recalcitrante del PP (incapaz por cierto de plantar cara a Rajoy en campo abierto), constituye una solapada y nada leal zancadilla al partido y a su cúpula directiva, que han recibido así una colosal desautorización desde dentro. Aznar no se atrevió a marcar la pauta en noviembre de 2011 cuando Rajoy echó a andar tras la mayoría absoluta: lo hace hoy, en el peor momento, cuando se han hecho los recortes pero todavía no se han recogido los frutos, consciente de que ahora sí duelen los golpes en los tobillos. En otras palabras, recurre a la marrullería con oportunismo como haría cualquier populista con afán de poder. Y para ello no se para en barras: para justificarse y poner a salvo su arrogancia está dispuesto a embarrar a los demás expresidentes del gobierno y a despreciar con superioridad agraz a sus conmilitones. Olvidando que fue su gestión del gran atentado del 11M, cargado de mentiras, la que hundió a su formación política en 2004 y le obligó a emprender una larga travesía del desierto, hasta que los españoles nos olvidamos de aquella alucinante segunda legislatura de Aznar, en que el ensoberbecido presidente sublimó su ego, se embriagó de mayoría absoluta y nos lanzó a una guerra ilegal.

En democracia sobran todos los mesianismos. Y aunque se puede poner críticamente en cuestión todo cuanto forma parte del proceso político, este país, muy golpeado por errores antiguos de unos y de otros, no necesita redentores ni iluminados que vengan a salvarlo. Rajoy está al frente de su organización por voluntad democrática de sus seguidores y está a la cabeza del Gobierno del Estado después de unas elecciones intachables. Déjennos, pues, en paz los espectadores ilustres del proceso que se ofrecen para no se sabe bien qué salvamento intempestivo. Escriba el señor Aznar sus memorias y déjese mecer por sus aduladores, y no pretenda reescribir una historia que ya está indeleblemente escrita. Con muchas sombras, por cierto.

*Twitter: @Apapell