Del rey abajo, ninguno es el título de un famoso si bien algo olvidado drama de honor escrito por Francisco Rojas Zorrilla allá a mediados del siglo XVII, con gran éxito de público. Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde entonces: o tal vez suceda, sin más, que ahora se cuentan las cosas. Basta una somera ojeada a las noticias en las que se alude a la familia real, a la banca, al gobierno, a la oposición, a los sindicatos y a otras personas e instituciones muy principales para constatar que, del rey abajo, casi todo el mundo tiene algo que ocultar. Aunque solo sea dinero. Se sabe, un suponer, que patriotas por definición como el padre del rey tenían cuentas millonarias en Suiza, de las que en buena lógica habrá heredado una parte el actual Jefe del Estado español. Pero no se trata, ni mucho menos, del único caso.

De ahí para abajo, figuran también gentes tan diversas como uno de los más conocidos banqueros de España, que, siguiendo la tradición familiar, guardaba parte de sus cuartos en otras entidades de la competencia radicadas en la Confederación Helvética. A ese dinero viejo hay que sumar todavía la más reciente incorporación de capitales frescos aportados a la banca suiza por Luis Bárcenas, el que durante años fue tesorero del partido conservador ahora en el Gobierno. Más de treinta millones de euros serían, según su propio arqueo, la cantidad que llegó a acumular lejos del corto brazo de Hacienda el administrador que hoy tiene cogidos por los cataplines a los más altos gestores del país.

Parte de esto se va sabiendo gracias a la conducta técnicamente inapropiada de Hervé Falciani, empleado del banco suizo Hong Kong Shanghai Bank Corporation (HSBC) en Ginebra, quien „por fortuna„ faltó a su deber de confidencialidad al extraer de los ordenadores de la entidad las cuentas de más de 130.000 clientes.

En esa lista figuran, revolcados en un merengue, testaferros de narcotraficantes y grupos terroristas junto a muy respetables dignatarios y gentes de negocios de todo el mundo. Por lo que toca a España, país en el que Falciani dice haber encontrado refugio tras su arresto, el exempleado bancario facilitó una primera relación de 1.500 nombres de presuntos defraudadores que permitió a Hacienda recuperar 260 millones de euros en fuga. Ahí aparecían prominentes banqueros, empresarios del juego y gerifaltes de tramas políticas corruptas: un inventario que probablemente se enriquecerá ahora con el análisis de otras 2.500 cuentas del mismo banco remitidas por la Justicia francesa „con la que colaboró Falciani„ a España. No es la primera vez que estas cosas se saben. Hace cosa de veinte años, o por ahí, andaban también en coplas y en los tribunales casi todas las instituciones del Estado. Fueron encarcelados en aquella turbulenta época el gobernador del Banco de España, el director general de la Guardia Civil, un antiguo ministro del Interior y la directora del Boletín Oficial del Estado. Y hasta la presidenta de la Cruz Roja se vio obligada a dimitir tras descubrirse ciertas irregularidades contables en su gestión.

Quizá pueda deducirse de esos hechos pasados y presentes que la propensión a mangar y/o ocultar la pasta es más bien un hábito que una circunstancia accidental entre las gentes con mando político y financiero sobre el país. Del rey abajo, ninguno; decía el ingenuo Rojas Zorrilla. El paso del tiempo no para de corregir su optimista apreciación.