Es muy posible que algunas de las grandes industrias culturales, el cine y la música concretamente, estén hoy en la indigencia por fallos garrafales de planteamiento, por no haber sabido adaptarse a tiempo a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación que han demolido el antiguo concepto de derechos de autor. Pero el libro es sin duda inocente de semejante fallo, y sin embargo está también padeciendo la embestida de la globalización. Y todos los presagios son oscuros.

Con diligencia, la industria editorial se ha subido al carro de la digitalización y de internet, pero la piratería hace estragos en el mercado español, en que las ventas han caído en picado, según las estadísticas. En el más respetuoso mundo anglosajón, en cambio, las ventas virtuales se han disparado y los autores no han padecido merma de sus derechos de autoría.

Hay que invocar la ética para que revierta la situación española y regrese el reconocimiento práctico de la propiedad intelectual. Pero quizá haya que hacer algo más con inteligencia para proteger jurídicamente el derecho de todos, también de las gentes de cultura, a vivir de su propio trabajo.