Víctimas de la crisis, de internet y de la pertinaz sequía publicitaria, los periódicos se van agostando hasta tal punto que en algunas provincias españolas ya empieza a no quedar papel alguno para contarlo. Es el caso de las de Cuenca y Guadalajara, donde el cierre de los últimos diarios locales ha dejado a los vecinos sin un solo medio con el que interpretar, desde la proximidad, lo que pasa en su pueblo y en el mundo.

Temen las autoridades de esos territorios huérfanos de prensa escrita que la pérdida de sus periódicos obligue a recuperar la añeja figura del pregonero, idea que no deja de suscitar cierto asombro en estos tiempos de comunicación global.

Se supone que hay más medios de alcance nacional que podrían cubrir esa demanda de información; por no hablar ya de la ventana que la red abre a todos aquellos que quieran saber lo que pasa urbi et orbi en su ciudad y en el mundo, para decirlo al modo vaticano. Son muchos los periódicos fácilmente accesibles desde Internet que deberían satisfacer las necesidades de los lectores privados de su diario local; pero la oferta no es suficiente, por lo que se ve. Ni siquiera los blogs o los voluntariosos medios digitales que tratan de ser la alternativa amateur a los impresos bastan para llenar el hueco que estos últimos dejan.

Vista la sensación de orfandad en la que la pérdida de sus diarios parece haber sumido a los ciudadanos de esas dos provincias de Castilla La Mancha, no queda sino deducir que los periódicos de casa siguen siendo indispensables. O al menos esa es la impresión de quienes por allí sienten como un percance la desaparición de los periódicos que les acompañaron en el desayuno durante años.

No se trata tan solo de una cuestión de hábito. El periódico de papel, sentenciado a muerte por Internet según los agoreros, sigue gozando pese a todo del viejo prestigio sacramental de la letra impresa. A ello hay que sumar, en el caso de los diarios locales, una proximidad al lector que les permite interpretar las noticias desde una perspectiva propia. Nada nuevo, en realidad. Los modernos teóricos de la empresa „incluida, por supuesto, la de la comunicación„ sugieren que hay que pensar globalmente y, a la vez, pensar y actuar desde el nivel local. Exactamente eso es lo que siguen haciendo, contra viento, crisis económica e Internet, los diarios más próximos a las inquietudes del lector que, seguramente no por casualidad, suelen ser los más leídos en su zona de influencia.

A menudo se habla con desdén de la llamada prensa de provincias, que sus detractores „si bien asiduos lectores„ tienden a afrentar con el despectivo título de hojas parroquiales. Incurrir en ese tópico es tanto como ignorar que todos los periódicos nacieron en su día con alcance y propósito meramente local, pegados como lapas al territorio del que informaban. El New York Times, por poner un ejemplo obvio, lleva el nombre de la ciudad a la que sirvió en sus orígenes, aunque su influencia haya trascendido con el tiempo los límites de la que hoy es capital informal del mundo.

Los periódicos no pasan de ser, en realidad, un espejo situado al borde del camino en el que se ve reflejada „a veces con nitidez, otras con la distorsión propia de las circunstancias„ la sociedad de su tiempo. Bien lo saben los lectores castellano-manchegos que acaban de ver volar las hojas en las que se miraban cada mañana.