A las monarquías absolutistas del siglo XVIII, conocidas con el apelativo de "despotismo ilustrado", la historia les acuñó el lema "Por el pueblo, para el pueblo, sin el pueblo". Tras un siglo de luchas populares para ensanchar la participación ciudadana en la política, Abraham Lincoln en 1863, popularizó la fórmula "Por el pueblo, para el pueblo, con el pueblo". Esta preposición, "con", fue vital para la evolución democrática porque permitió a las personas ser sujeto activo y protagonistas de su progreso. Y desde entonces hemos ido avanzando, a trancas y barrancas, con pasos hacia adelante y hacia atrás. En la actualidad no sólo se ha detenido este avance, sino que vemos, con la excusa de la mal llamada crisis económica, como nos están despojando de derechos; los gobiernos están gobernando a costa y en contra del pueblo.

El Gobierno lo hace a costa de las mujeres a través del desmantelamiento del Estado de Bienestar que recae directamente sobre nuestras espaldas, además de sufrir el desempleo igual que los hombres, haciendo ahora más real si cabe el término "feminización de la pobreza". La factura que pagamos a nivel de salud mental es tremenda. Recientemente se ha publicado un estudio que dice que el consumo de ansiolíticos ha aumentado el 19%, elevándose en las mujeres al 50%.

También se gobierna contra las mujeres debilitando los organismos de igualdad. Ninguna legislatura ha conseguido superar el vigoroso comienzo del Institut Balear de la Dona (IBD) dirigido por Francisca Mas, pero la actual ha alcanzado su cota más baja. Es tan sordo este IBD que ni nos molestamos ya en pedir interlocución, le hemos despojado de ese rango de diálogo entre la administración y la sociedad. Si la señora Manuela Messeguer tuviera un mínimo prurito ético y democrático, se moriría de vergüenza ante esta situación, pero no lo tiene. Por eso puede disfrutar tranquilamente de un sueldo que no se gana en absoluto, totalmente al margen y sorda al movimiento de mujeres.

Ante esta situación no nos hemos quedado resignadas ni calladas y hemos protestado de diferentes formas. Por poner ejemplos, las continuas "mareas violetas" reivindicativas; o nos hemos puesto provocadoras, como el pasado 15 de agosto con la procesión de las mujeres libres en el día de la Virgen; o bailando, empoderadas, el 14 de febrero, uniéndonos a la campaña mundial del "Despertar de las mujeres ante la violencia de género", cual grito mudo: "Aquí estamos, a pesar de todo, no nos derrotáis".

Pero los que nos gobiernan no se inmutan y se enfrentan a nosotras al despojarnos de nuestros derechos. Deben saber „y nosotras creernos„ lo obvio, sin la participación activa de las mujeres la sociedad no marcha; una huelga de brazos caídos de las mujeres, negarnos a seguir asumiendo lo que los gobiernos deben garantizarnos, dejaría esto muy claro. Porque deben saber que ante unas leyes humanas injustas y crueles, debemos rebelarnos.

Convirtámonos en la rebelde Antígona quien, ante la ley arbitraria y brutal que propugnó el rey Creonte, reivindicó una ley que se sitúa por encima de todas, esa que salvaguarda la dignidad de las personas y que la defiende cueste lo que cueste. ¿Vamos a seguir repitiendo ese mito al comienzo del siglo XXI? ¿No han aprendido los dirigentes que no se puede asfixiar al pueblo y humillarlo sin consecuencias? ¿Es que van a seguir sin escucharnos? ¿Tendremos que ladrarles, enseñar los dientes y asustarles hasta que nos devuelvan nuestros derechos? Porque son nuestros y protegen nuestra dignidad.

* Integrante de la Associació de Dones d´Illes Balears per la Salut (ADIBS)